martes, 16 de octubre de 2012

El máximo capellán militar, señalado como acosador

Por Eduardo Anguita
 
Se trata de Mario Bonabotta, capellán mayor del Ejército.
 
Mario Bonabotta, Capellán mayor del Ejército
La secuencia de escenas, relatada por una fuente que pidió reserva de identidad y confirmada por otras personas, es la siguiente: el capellán mayor del Ejército, Mario Bonabotta, fue a un acto en el Regimiento de Patricios. Allí vio a un muchacho joven, suboficial, bien parecido, por quien pidió a las autoridades militares. Lo puso como chofer personal. Le encomendó en varias oportunidades que lo acompañara en viajes a Entre Ríos.
 
En una oportunidad, el joven se sorprendió de que al parar en un hotel, el capellán pidiera una sola habitación. La primera sorpresa es que un capellán, que tiene rango de general de Ejército, no comparte dormitorio con un suboficial de baja graduación.
 
Pero la incomodidad venía a partir de los gestos y sugerencias del capellán. En diferentes situaciones, el suboficial sintió acoso. En un momento el acercamiento físico le resultó tan violento que el suboficial reaccionó. Las manos del prelado se habían dirigido al lugar menos indicado. Desde el teléfono celular del capellán, el suboficial recibió varios mensajes de texto que no dejaban dudas de las intenciones que lo motivaban. El muchacho, de familia católica, sentía perturbación y sintió alivio cuando, al cabo de unos meses, el capellán permitió que fuera a un nuevo destino.
 
El caso mencionado no es el único que señala al máximo responsable de la jerarquía católica en el Ejército como acosador. En esta semana, Miradas al Sur se comunicó con la oficina que el capellán tiene en el primer piso del edificio Libertador, sede central del Ejército, frente a la Casa Rosada, y solo obtuvo como respuesta que la agenda de Bonabotta está muy ocupada como para responder a las preguntas de este cronista.
 
Antes de dar algunos detalles de la trayectoria del capellán -y sin dar datos concluyentes sobre un caso que recién se abre- vale la pena reflexionar sobre cuál es el lugar que ocupa la Iglesia Católica en las Fuerzas Armadas y de Seguridad.
 
En 1957, la dictadura de Pedro Aramburu firmó un convenio con el Vaticano sobre “asistencia religiosa a las Fuerzas Armadas”. Desde ya, esto es “para los fieles”. Pero tiene la particularidad de que la católica es la única confesión religiosa que tiene un status de ese nivel.
 
Si bien no está prohibida ni la práctica de otros credos ni ser agnóstico, la jerarquía católica cuenta con la poderosa cadena de capellanes y vicarios tanto en las tres fuerzas armadas (Ejército, Marina y Aeronáutica) como en las dos fuerzas de seguridad nacionales (Gendarmería y Prefectura). El capellán mayor, por ejemplo, cobra un sueldo equivalente al de un general y no lo pagan la Iglesia argentina ni el Vaticano sino que los fondos salen del presupuesto nacional.
 
Hay otros dos aspectos, inquietantes, al respecto. El primero son los llamados votos de castidad que asume un hombre que se ordena sacerdote y que luego va a asistir espiritualmente a soldados, la mayoría hombres y muchos de ellos viviendo en cuarteles. No resiste ningún análisis la idea de que esos hombres van a pasarse la vida sin expresar, de una u otra manera, su sexualidad. Y si esto hiere la sensibilidad de algún feligrés, viene bien detenerse en el segundo tema, que hiere la sensibilidad de los miles de víctimas vulneradas por el terrorismo de Estado. Dos citas breves para evitar una catilinaria: el 23-9-75, siendo vicario general del Ejército, Victorio Bonamín advirtió en una homilía con presencia de oficiales: “¿No querrá Cristo que algún día las Fuerzas Armadas estén más allá de su función?”. Y agregaba: “El Ejército está expiando la impureza de nuestro país. Los militares han sido purificados en el Jordán”. Por su parte, Adolfo Tortolo, vicario general de las Fuerzas Armadas, en un almuerzo con la Cámara Argentina de Anunciantes, el 29-12-75, pontificaba: “Se avecina un proceso de purificación”.
 
Es decir, la atención sacerdotal de esos años estuvo claramente al servicio de restarles las culpas a quienes asumieran la tarea de purificar. Dicho en castellano, de poner en marcha la máquina del terror que costó miles de desaparecidos. Cabe recordar que Tortolo renunció a su cargo el 30-3-82, aduciendo “problemas de salud”, mientras que Bonamín también tuvo problemas de salud que lo llevaron a renunciar el mismo día. Nadie puede afirmar qué relación hubo entre esas renuncias y el fin del ciclo de los genocidas Jorge Rafael Videla y Roberto Viola, iniciado precisamente a mediados de 1975, que concretaron el golpe del 24-3-76 y que fueron desplazados luego por el golpe palaciego de otro genocida, Leopoldo Galtieri, quien encabezó la guerra del Atlántico Sur con el desembarco del 2-4-82.
 
Juan Antonio Baseotto fue también obispo militar. Había asumido a fines de 2002 con Eduardo Duhalde al frente del Ejecutivo y a mediados de 2005, cuando Néstor Kirchner ya había ordenado descolgar los cuadros de dos ex directores del Colegio Militar acusados por crímenes de lesa humanidad (Jorge Videla y Reynaldo Bignone), se despachó contra el entonces ministro de Salud, Ginés González García, un sanitarista prestigioso que tenía posición tomada sobre la interrupción voluntaria del embarazo. Es decir, a ojos de Baseotto, era un pecador abortista. El obispo militar le envió una carta al ministro, según consigna la Agencia Informativa Católica Argentina, en la que decía, sin vueltas, que “quienes escandalizan a los pequeños merecen que les cuelguen una piedra de molino al cuello y los tiren al mar”. La supuesta cita bíblica era música para los oídos de quienes habían perpetrado crímenes que empezaban a juzgarse.
 
Un mes después, el presidente Néstor Kirchner desconoció la condición de obispo castrense de Baseotto y le quitó todo reconocimiento oficial. A pesar de ello la Iglesia lo mantuvo en el cargo y en mayo del 2007, al cumplir los 75 años que establece la ley eclesiástica para la jubilación, Baseotto renunció. Desde entonces, el obispado castrense está vacante y es administrado por el sacerdote Pedro Candia. Desde que Juan Pablo Cafiero asumió la embajada argentina ante el Vaticano al final del 2008 -después del rechazo romano a la postulación de Alberto Iribarne, dada su condición de divorciado- no se avanzó. La pretensión argentina es terminar con una institución de ese tipo y que cada militar concurra a la parroquia de su barrio o a la que sus convicciones laicas o religiosas le sugieran.
 
La edición de la revista Soldados -del Ejército- de septiembre de 2009, publicó un artículo sobre el capellán. Allí se consignaba que “Bonabotta asumió la Capellanía Mayor del Ejército en diciembre del año pasado. Su servicio comenzó en el Colegio Militar a los 18 años. Desde su nueva función habló con Soldados sobre las acciones del Obispado Castrense y la situación de espiritualidad dentro de las filas del Ejército”.
 
Ordenado sacerdote en diciembre de 1986 en la Basílica de Luján, Bonabotta se desempeñó como vicario de la Catedral de Mercedes entre 1987 y 1990. Luego, entre 1990 y 1994, tal como señalaSoldados, Bonabotta fue capellán del Regimiento de Mercedes. Es decir, durante sus siete primeros años estuvo en la órbita de Emilio Ogñenovich, arzobispo de la Arquediócesis de Mercedes-Luján. Tal como señalara en un artículo Joaquín Morales Solá en La Nación, en 1987 Ogñenovich organizó una procesión a Plaza de Mayo, encabezada por la Virgen de Luján, en contra de la ley de divorcio impulsada por el presidente Raúl Alfonsín. Ante la escasa cantidad de asistentes, Ogñenovich acusó a los obispos ausentes de haber traicionado su compromiso. Cuando se produjo el último levantamiento carapintada de fines de 1988, liderado por Mohamed Seineldín, el regimiento de Mercedes, donde revistaba Bonabotta, estaba comandado por Hugo Albete, quien fue un carapintada activo y tenía una estrecha relación con el capellán.
 
Bonabotta, unos años después, llegó a desempeñarse como capellán mayor de Gendarmería Nacional (2003-2008). El periodista Jorge Listosella consigna en su libro Abusos sexuales, una curiosa historia. El sacerdote argentino Jesús Garay, en 1998, cuando estaba en la Iglesia Sagrada Familia de California, fue acusado de violar a una joven de 17 años, que quedó embarazada. Garay admitió que mantuvo "un vínculo" con la muchacha y aseguró que "nunca hubo forzamiento".
 
Sin embargo, la mujer sostuvo ante los tribunales de Estados Unidos que había sido violada reiteradamente por el cura durante 1997, cuando ella tenía 17 años; es decir, cuando era menor de edad. El Vaticano trasladó a Garay de nuevo a la Argentina, y continuó como sacerdote en Concordia, Entre Ríos. Primero a cargo de la parroquia de Villa Adela y luego como capellán del Escuadrón 4 de Gendarmería. Desde ya, en la asunción, estuvo el capellán mayor de la fuerza de entonces, Mario Bonabotta. Como detalle adicional, el capellán mayor es oriundo de Concordia, y en la misma ciudad nació Christian Von Wernich, quien fuera capellán de la Bonaerense y está condenado por delitos de lesa humanidad.
 
“Creo que más que una época de cambios -decía Bonabotta en la entrevista publicada por Soldados-, vivimos un cambio de época, es decir cambios profundos y acelerados. Sin embargo, impresiona comprobar cómo el espíritu y la fe siempre son dimensiones relevantes en la vida del hombre. A pesar de la vida acelerada, el materialismo, el individualismo y otras cuestiones, las personas siguen buscando siempre a Dios. En el Ejército éste también es un tema relevante. Sea por la misión del hombre de armas, por las grandes exigencias para él y su familia, por la necesidad de humanizar y dignificar la vida, por razones culturales la espiritualidad de la personas es determinante a la hora del cumplimiento de la misión”.

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