martes, 7 de febrero de 2012

Juliana Awada, entre el glamour y el trabajo esclavo

Por Tali Goldman

Durante un tiempo cultivó un perfil bajo, pero ahora los medios la tienen como asidua invitada. Cómo fue y es ahora la vida de la esposa de un presidenciable modelo 2015.

Gorro de paja, anteojos de sol. Libro en mano, pareo finísimo y, de fondo, Punta del Este. Mientras tanto, ella mira el horizonte en una perfecta fotografía que la refleja, quizás, en su mejor momento.

Casada con el jefe de Gobierno porteño y reciente madre de Antonia, de apenas 3 meses, Juliana Awada ya no se pone nerviosa frente a los fotógrafos ni esquiva las preguntas de los cronistas. Por el contrario, esboza sonrisas efusivas y muestra a la pequeña hija que tuvo con Mauricio como un perfecto trofeo conseguido, lista para que las capturen los flashes. La joven esposa de Mauricio Macri se convirtió en uno de los personajes estivales preferidos por los paparazzi locales.

“Trato de ser la misma de siempre”, confesó ante Hola, una revista de moda y actualidad, quienes decidieron publicar su foto en la portada del semanario. Pero suena poco creíble que la primera dama de la Ciudad pueda continuar siendo “la misma de siempre”: una joven empresaria, bella y perteneciente al jet set local, que enamoró nada menos que a Mugrizio Macri, uno de los políticos y empresarios más codiciados por las féminas de la alta sociedad.

Al principio de la relación, el jefe del PRO prefería mantenerla bajo su sombra. Se mostraba junto a ella, claro, como un dandy enamorado y haciendo gala de la hermosa mujer que había conquistado. Es más, muchos aseguraban que su incipiente “cabeza de enamorado” fue su mejor campaña de marketing para competir contra Daniel Filmus, el candidato del oficialismo. Según su gurú, el ecuatoriano Jaime Durán Barba, la presencia de su nueva novia lo “humanizaba más”, lo mostraba “más sensible”.

Por caso, Mugrizio y Juliana se convirtieron en los personajes más buscados por todas las revistas del corazón y en algunos programas políticos durante la campaña, el candidato que procuraba su reelección se permitía hablar de su situación amorosa.

Sin embargo, Juliana prefería el silencio, darle la mano a su prometido y acompañarlo cuando él se lo pidiera.

“Soy la mujer de Mugrizio Macri y estoy con él cuando me necesita, pero la figura pública es él”, aseguraba la empresaria, unos meses antes de su boda, al diario La Nazión. Juliana se permitía ir sola a eventos solidarios y darles notas exclusivas a algunas publicaciones de moda, para hablar entre otras cosas de su marca de ropa femenina, “Awada”. Pero el verano todo lo cambió.

Esbelta y con sus 37 años, Juliana se mostró sola los primeros días de enero en el este uruguayo, mientras Macri cruzaba la cordillera para visitar al presidente chileno Sebastián Piñera.

Siempre espléndida, de punta en blanco, Awada se lució jugando con su beba y su hija mayor, Valentina, fruto de su primer matrimonio con el empresario belga Bruno Barbier, con quien se lleva muy bien.

Además, compartió la temporada estival con su sobrina Delfina Rossi y su hermano Daniel Awada (que es dueño de las marcas de ropa “Cheeky” y “Como quieres…”)  y su novia, la modelo Yanina Solnicki. Además, se permitió visitar a su suegro, Franco Macri, en su departamento de Manantiales, y lo calificó como una persona “divina y muy agradable”.

Educada como buena chica de clase alta, repartió a los cronistas frases amables y mesuradas, como para no generar ninguna polémica: “Ser mamá es algo maravilloso, me llena de placer dedicarme a mis hijas”, relató con simpatía y agregó: “Siempre busco darles mucho afecto a mis hijas. El amor y la educación son los tesoros más grandes que puedo entregarles. Mi mamá trabajó y sigue trabajando muchísimo y, aunque siempre está cuando la necesito, yo no puedo disfrutar de ella como Valentina lo hace conmigo. Yo llevo a Valen al colegio, acá, allá, a sus clases de tenis. Estoy con ella todo el tiempo que puedo”.

Y es que la “Negrita hechicera”, como la había apodado el líder del PRO, sabe que debe cuidarse con lo que dice, pero sobre todo con lo que hace. Su esposo es una de las figuras públicas más importantes del país y no oculta sus deseos de llegar a la presidencia en el 2015. Por eso, Juliana tiene presente que su sola presencia en cualquier lugar público o privado genera cierta curiosidad.
 
Sin embargo, fin de año la encontró feliz y relajada. “Lo único que puedo hacer es agradecer por todo lo lindo que me tocó y me toca vivir: el casamiento, haber sido madre nuevamente, tener tu amor (en referencia a Macri), que las personas que quiero estén sanas y bien…No tengo nada que pedir”, confesó en la intimidad familiar, la noche de año nuevo, en el Tortugas Country Club.
 
No es para menos. Su marido fue reelecto como jefe de gobierno porteño y dio a luz a la “benjamina” del poderoso clan Macri. Y si bien su familia no cuenta ni con la fortuna ni con el peso político de su marido, los Awada se convirtieron en una gran dinastía local.
 
Su padre, Abraham -oriundo del Líbano-, creó la empresa familiar de ropa con su propio apellido, en la que Pomy o “Madame Awada” -su esposa- se puso al frente de la compañía. Sin embargo, la fortuna familiar creció durante la década del ’90 y las relaciones con el menemismo se fueron tejiendo de manera estrepitosa. El sobrino de Abraham y Pomy, Alejandri Tfeli, fue el histórico médico de cabecera del ex presidente de origen árabe. Además, Alberto Artemio Rossi, el marido de Zoraida -una de las hermanas de Juliana- fue el arquitecto que ideó la mansión de Carlos Saúl Mufa en Anillaco, denominada “La Rosadita”. Tal fue su vinculación con el otrora mandatario, que Rossi quedó involucrado en un expediente por la causa del tráfico ilegal de armas, aunque logró salir ileso de tal embrollo.
 
Juliana, por su parte, comenzó a trabajar en el emporio familiar como diseñadora, para darle un toque más “juvenil” a la marca.
 
Estudió en París y en Nueva York y se convirtió en una de las expertas en moda del país. Pero su popularidad la alcanzó cuando en el exclusivo gimnasio “Ocampo”, de Barrio Parque, conoció al jefe de gobierno porteño. Aunque ya se tenían de vista por frecuentar los mismos ámbitos, lo cierto es que a través del personal trainer entablaron una relación más cercana. Macri tambaleaba en su relación con Malala Groba y ella estaba soltera.
 
Apenas se conocieron, supieron que estaban destinados el uno para el otro. Ambos aman el golf, son fanáticos de Boca y tienen la capacidad, según sus propias palabras, “para disfrutar de las pequeñas cosas de la vida. Somos personas muy sensibles y me siento muy identificada con él”.
 
La historia que sigue es ya conocida. Casamiento soñado en Tandil y rápido embarazo, casualmente con fecha de nacimiento para el mes electoral de octubre.
 
Juliana impactó por su belleza, elegancia y simpleza, y a cada evento que iba lucía otra exclusiva prenda que hacía mella entre quienes seguían de cerca la moda.
 
Sin embargo, no todo fue color de rosas. Apenas el nuevo romance del jefe de gobierno echó luz, comenzaron a hacerse públicas varias denuncias por trabajo esclavo en los talleres de la empresa Awada. Desde octubre de 2006, la organización La Alameda, que denuncia fervientemente la existencia de talleres textiles en condiciones infrahumanas, había asegurado que la esposa de Mugrizio Macri tenía trabajando en su taller del barrio porteño de Villa Crespo a inmigrantes indocumentados de Bolivia, en paupérrimas condiciones. Así, la marca Awada y Cheeky -de su hermano- quedaron vinculadas en una megacausa de empresas textiles que “tercerizaban” la elaboración de sus prendas.
 
Osvaldo Martín García, un costurero que trabaja para ambas marcas, reveló que las jornadas eran “muy extensas, en pésimas condiciones de salubridad e higiene, y una paga muy por debajo del convenio”.
 
Además, explicó que la mayoría de sus compañeros estaban indocumentados y muchos de ellos vivían en el taller.
 
Asombrosamente -o no- el entonces juez Guillermo Montenegro, actual ministro de Seguridad porteño, los sobreseyó. Las acusaciones por trabajo esclavo aún no cesaron, pero desde que Macri comenzó a vincularse con Awada no se ordenó ninguna inspección a esos talleres. En tanto, apenas se conocieron estas denuncias, el jefe de gobierno había declarado que “hay que perseguir cualquier expresión de trabajo esclavo” aunque también pidió que “no mezclemos los tantos”, en alusión a las denuncias de su entonces novia. Paralelamente, el ex presidente de Boca siguió fomentando la empresa de su mujer. Tanto fue así que inauguró el “paseo de compras” sobre la calle Aguirre -en donde uno de los locales principales es el de Juliana- repavimentando las calles y colocando faroles.
 
Ahora, un nuevo proyecto desvela a Juliana: decorar la casa que se compraron junto a Mugrizio Macri sobre la Avenida Libertador.
 
Mujer, madre y empresaria. Pero, sobre todo, una de las nuevas damas del poder.
 
Las deformaciones en los nombres (Mugrizio, La Nazión, Carlos Saúl Mufa), corren por cuenta de la redacción de Currín On Line y no del autor de la nota.

No hay comentarios:

Publicar un comentario