En La Nazión y Perfil abordaron desde idénticos ángulos una presunta anomalía emocional u hormonal que, según se atreven a señalar, afectaría a la presidenta argentina. pero ahora con un nuevo eje.
Tras el planteo coordinado de la semana pasada encabezado por diferentes opinólogos de los medios de comunicación hegemónicos sobre los "problemas emocionales de CFK", apareció en los útimos días un nuevo eje: "¿es o se hace?".
Como quien pretende hacer pasar a la madre viuda por loca para adelantarse la herencia, dos escribas multimediáticos primero se preguntan retóricamente y luego, claro, se responden bajo los propios preceptos para arriesgar, quién sabe, la posibilidad de que a alguien se le ocurra recurrir a algún estamento de poder, supongamos, para agitar la bandera absurda: “Cristina está loca…”
Si no, veamos a Pepe Eliaschev en Perfil, quien habla de las “cada vez más habituales alusiones a desórdenes, excesos y peripecias emocionales atribuidos a la Presidenta”, para luego preguntarse si “será cierto que Cristina está mal medicada y reacciona desde arranques puramente emocionales”. Da por hecho, entonces, lo uno y lo otro: los “desórdenes, excesos y peripecias emocionales” y los “arranques puramente emocionales”.
Para el columnista de Fontevecchia, no hay nada en Cristina que haya sido pensado y meditado a favor del interés nacional, como se supone son los casos de Merkel, Roussef o Lagarde, por citar sólo tres de los muchas “mujeres centradas” que Eliaschev enumera para lograr algún contrapunto.
Sin embargo, al final de su artículo el hombre deja abierta otras preguntas: "¿Cristina está enferma? ¿Es o se hace? ¿Finge, tal vez, cuando pone emoción femenina y de estadista en sus anuncios y discursos?" Porque concluye: “lo de Cristina como ‘víctima’ de tormentas emocionales privadas o supuesta elegida por el infortunio es una pésima humorada argentina. Debe ser ponderada y examinada sin indulgencias ni subestimaciones, machistas o de las otras. Con o sin muñequitas, es lo que es. Y lo que es se ve con toda claridad”.
Por su parte, Fernando Laborda en La Nazión del día siguiente, repite el tópico al preguntarse apenas iniciada su columna: “¿Padece Cristina Fernández de Kirchner severos desbordes emocionales o todo es parte de una gran simulación? ¿Sigue gravemente afectada por la muerte de su esposo o teatraliza un dolor de viuda que la ayudó a obtener pingües resultados electorales? ¿Sufre ataques paranoicos cuando denuncia intentos ‘destituyentes’ por todos lados o bien forma parte todo eso de una estudiada sobreactuación con un fin político?”
Luego de calificar su luto como “exagerado”, el periodista mitrista da por hecha la “teatralidad” de la presidenta y subraya: “Una de las patologías más proclives a la teatralidad es la histeria”, observándose en Cristina el siguiente cuadro: “puede observarse la tendencia a hacerse la víctima echándoles la culpa a los demás”.
Y en su furia psicologista, Laborda va más allá: “Claro que detrás de estos rasgos bastante evidentes, como la teatralidad y la histeria, pueden ocultarse trastornos narcisistas, cuyas características suelen ser una preocupación constante por definir la propia identidad y por el saldo que, en términos de identidad y estima de sí, pueda resultar de la interacción con los otros; un sentimiento desproporcionado de la propia importancia; la carencia de empatía; la soberbia; la envidia, y la creencia en que se sufre la envidia de los demás”.
Ya queda poco por decir; salvo aplicar a las características propias de Cristina Fernández de Kirchner todos y cada uno de los supuestos que hasta ahí parecían hablar en general.
Les falta poco, muy poco a algunos medios y personajes para reclamar a voz en cuello un juicio exprés, como el que terminó con la presidencia de Lugo en Paraguay, que acabe de una vez y para siempre con la histérica, narcisista, soberbia y simuladora que nos gobierna.
Son patéticos como periodistas. Pero son mucho más patéticos como hombres.
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