lunes, 5 de diciembre de 2011

El llanto de las tipas, la vaca Lita y el ninguneo al éxito de Tecnópolis



Conductora del programa Tinta Roja, de Radio Nacional, lunes a viernes, de 13 a 14 hs.

El relato desplegado por los diarios hegemónicos trató de invisibilizar a este evento único, al que asistió uno de cada diez argentinos. En cambio, privilegiaron a la reunión anual de los promotores del modelo agroexportador.

Precisar cuántas argentinas o argentinos habrá todavía que no consideren a los medios de comunicación como dispositivos constructores de sentido resulta difícil de concretar. Cuando Clarín y La Nación patalean por la existencia de “un relato oficial”, reconocen su preocupación porque por segunda vez en la historia argentina (la primera fue durante las presidencias de Juan Domingo Perón) un gobierno nacional y popular se atreve a disputarles la propiedad del sentido.

Nuestros siglos de memoria detallan desde políticos destacados, pasando por gobernadores y hasta presidentes que fundaron medios de comunicación. Algunos que trascienden las décadas, como Bartolomé Mitre con La Nación, Roberto Noble y el desarrollismo con el Clarín, otros más perennes como Manuel Belgrano y El Telégrafo Mercantil, Mariano Moreno y La Gazeta, Domingo Faustino Sarmiento y El Zonda, o contemporáneos como los Rodríguez Saá y El diario de la República, los Romero y El Tribuno y Francisco De Narváez con El Cronista.

Pero siempre con la certeza de poner en palabras “noticiables” un proyecto político. Cuando surge un gobierno que pretende independencia de los designios de los dueños de las corporaciones mediáticas, la pulseada es inevitable y puede llegar al extremo (como ocurre) en el que el disfraz periodístico cae y deja al desnudo el cuerpo frío y rígido del interés económico y político del medio, contrario a las mayorías, pero camuflado en ellas.

El relevamiento cotidiano de estos diarios ocupados en el dominio del sentido demuestra cómo se relega el interés general en beneficio del particular, cómo se traiciona la búsqueda de la verdad, cómo se manosean los valores noticia que hasta un aprendiz de periodista podría reconocer. Y no se trata de una opinión. Un análisis pormenorizado sobre la cobertura de Tecnópolis y de la 125° Exposición Rural de Palermo pueden probarlo.

Durante este año, la reunión anual de los promotores del modelo agroexportador mereció para el diario La Nación más de 20 notas específicas y con despliegue (no se contabilizaron las de agenda o las superficiales, de mención de actividad). Se trató de una cobertura extendida durante los 15 días que duró la muestra, a la que fueron 760 mil personas, de manera que el diario publicó en profundidad más de una nota por día.

En el caso de Tecnópolis, en cambio, dedicó apenas unas diez. La megamuestra duró 90 días, y asistieron 4,5 millones de personas (seis veces más que a la Rural), pero sólo mereció una nota cada nueve días. Si hubieran seguido con el ímpetu ruralista de mitad de año, tendrían que haber escrito más de 110 publicaciones. Pero sólo fueron unas diez.

Más claro aún es el relevamiento cualitativo. Para el diario La Nación, la Exposición Rural es “una cita obligada” que “se palpita”, tiene “brillo”, hay “solidaridad”, “buenos precios”, “dice presente”, “van multitudes”, “un aluvión de presencia”, “atrae a las familias por tener diversiones”, “convoca a los niños con logrado espectáculos”, “tiñe a Palermo de colores”, “hay negocios que despegan, que renacen”, “la innovación tecnológica está de fiesta”, es “la muestra referente en términos de calidad e innovaciones tecnológicas”, “una caja de resonancia política” porque “allí está el voto rural que define” (La Nación 18-06-11, 30-04-11, 21-06-11, 07-07-11, 09-07-11, 14-07-11, 16-07-11, 18-07-11, 21-07-11, 23-07-11, 24-07-11, 27-07-11, 31-07-11).

A Tecnópolis, en cambio, la gente “asiste”, “la visita”, “está montada” en Villa Martelli, “es la punta de lanza con la que el Estado pretende entrar en el creciente negocio de las ferias y exposiciones”, es “una megamuestra estatal”, va “una multitud”, “promete ser el lugar indicado para conocer el desarrollo de la actividad científica y tecnológica del país” -nótese que no “es”, apenas “promete”-, “los fines de semana no se puede entrar”, “el ritmo de afluencia del público no es el mismo que el de las inversiones”, “es impactante”, pero “provoca embotellamientos”, “la concurrencia masiva refrenda el éxito del emprendimiento”, pero “no tuvo habilitación oficial” y “debía clausurarse”, le “faltan rampas para discapacitados”, “el exceso de público ha imposibilitado el acceso a muchos stands”, es “una idea que no está libre de obstáculos” y “esconde un gran proyecto inmobiliario”. No hay brillo, ni colores, ni atracción, no es una muestra referente ni allí está el voto de nadie, hay multitudes que entorpecen, impacta, pero también crea sospechas (La Nación 17-06-11, 15-07-11, 17-07-11, 29-07-11, 16-07-11, 31-07-11, 17-08-11, 29-11-11).

Cuando algunos funcionarios públicos osaron poner en evidencia que en Tecnópolis no se trataba de mostrar “vacas cada vez más gordas”, sino aquello que las argentinas y los argentinos fuimos capaces de hacer durante 200 años, incluidos claro está los premios Nobel a Bernardo Houssay, Luis Leloir y César Milstein, la construcción de los primeros aviones a reacción en América Latina, el primer auto en fibra de vidrio (El Justicialista), entre tantas otras cosas, desde la tribuna de doctrina se apuntó que “es una lástima que el gobierno nacional haya pretendido crear un absurdo antagonismo entre el campo y el futuro” (La Nación 04-08-11).

¿Tan absurdo es pensar que la perspectiva histórica del diario mitrista, defensor a ultranza del modelo agroexportador, del mal llamado “campo”, se reflejó en el ninguneo a la muestra que representó el desarrollo tecnológico, industrial, que mira hacia el futuro? ¿Por qué entonces el despliegue fue tan menor como las adjetivaciones y las miradas embelesadas si se las compara con las dedicadas a la “tradicional Exposición Rural”? ¿Por qué creen que el diario Clarín destacó más que las “Tipas son árboles que lloran y dan pena”, que el cierre de Tecnópolis (Clarín 29-11-11)? ¿Por qué el mismo día el diario de Héctor Magnetto desplegó casi una página completa para explicarnos que las lágrimas de ese árbol “no son de agua” y apenas una notita de cuatro párrafos para contarnos que 4,5 millones de personas -uno de cada diez argentinos- habían ido a la megamuestra que se despedía ese día (Clarín 29-11-11)? ¿Por qué ocultar que cuando en la Argentina hubo y hay decisión política se pudo y se puede ser pionera en el campo de la ciencia y la tecnología?

Como explica Slavoj Zizek en El espectro de la ideología, “la ideología es una matriz generativa que regula las relaciones. Estamos en el espacio ideológico desde el momento en el que el contenido es funcional respecto de alguna relación de dominación social de un modo no transparente. La lógica de la legitimación de la relación de dominación debe permanecer oculta para ser efectiva. El complejo de ideas para convencernos de su verdad, como verdad universal, en realidad está al servicio del interés de poder inconfeso".

Las poquísimas notas dedicadas a Tecnópolis en Clarín vs. las múltiples de la Rural, en las que nos contaron hasta “cómo cuidan a Lita, la vaca campeona de raza Hereford” (Clarín 24-07-11), junto con la contraposición evidente en las de La Nación, buscan cristalizar la idea de que el campo y sus hombres son el motor de nuestra historia. Pero para que este imperio del sentido funcione es necesario que permanezca sumergido, “inconfeso” en palabras de Zizek y sólo nos muestre las supuestas bondades de una muestra que lo representa, como la de la Rural, inofensiva, siempre y cuando se olvide, a conveniencia, que José Martínez de Hoz, por ejemplo desde esa misma “tradicional” Sociedad Rural, puso sus caballos a disposición del Ejército comandado por Julio Argentino Roca, para consumar el genocidio de nuestros pueblos originarios.

Ocultan así, en el relato que hoy reproducen Clarín y La Nación, la “Campaña del Desierto”, aplastando con la palabra a los pueblos indígenas dueños de ese “desierto”. Hay un hilo invisible que une el ninguneo a Tecnópolis -con su intención de revitalizar la autoestima nacional- con la represión y las dictaduras que vinieron a poner palos, bastones y picana cada vez que la matriz productiva nacional, incluidas la ciencia y la tecnología, lograban ponerse de pie en la Argentina. Hay también hilos invisibles entre Tecnópolis y los representantes de los jinetes del apocalipsis.

La agenda del cierre de Tecnópolis coincidió con la creación del Instituto de Revisionismo Histórico Juan Manuel Dorrego y desde el mismo día de su publicación en el Boletín Oficial -y mucho antes de que pueda demostrar su capacidad de producción y, justamente, su revisionismo-, las voces rancias de la historia se levantaron impiadosas. A unos y otros las vincula la preocupación no sólo por el relato del presente, sino también por el del pasado. Porque desde la revisión de ese pasado es que hoy se interpela el presente. Redistribuyendo la riqueza discursiva, repartiendo las tierras del imperio del sentido, reconociendo las mentiras disfrazadas de verdad y las verdades ocultas, no enunciadas. Se trata de cambiar la lógica del poder: la que decía que eran las voces rancias del privilegio a través de sus medios, y no el protagonismo de las mayorías sociales, lo que regía el sentido de los acontecimientos.

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