sábado, 29 de octubre de 2011

El bidé: una historia y algunos consejos

Para empezar el fin de semana riendo. Una aclaración previa, teniendo en cuenta una corrección que nos hicieron al publicar esta nota por otros medios: según la Real Academia Española, es bidé y no bidet.

En un chat multitudinario con amigos surgió un tema interesante: ¿Cómo usar el bidé? No "para qué", eso es sabido; sino, ¿cómo te sentás?

La mayoría lo usábamos igual, sentados de espaldas a la pared, manejando las canillas al tacto; pero uno viene con una teoría irrefutable: "El bidé debe usarse de frente a la pared porque el cosito por el que sale el agua te queda justo en el ojete y además, podes ver las canillas, la jabonera y la toalla".

Tiene lógica, pienso. “Cuando me toque voy a probar”, pensé.

A la mañana siguiente, me levanto, tomo mi café y ante el efecto me voy al baño. Me saco el boxer, que era lo único que tenía puesto y me siento en el inodoro a hacer lo que tenía que hacer.

Termino. Hora del bidé.

Me acuclillo apenas y pivoteo en un pie dando medio giro, casi como en una coreografía de Ginger Rogers; y estaciono en una maniobra sobre el bidet, de frente a la pared. ¡Genial! Puedo acceder a las canillas, mezclo la caliente con la fría hasta lograr la tibieza justa, manejo la presión con la del medio, llego al jabón, toalla, todo. Impecable. Este amigo tenía razón, y me introdujo a un mundo un tanto adictivo

Me visto y me voy para la oficina, a la que ya llegaba tarde porque me había entusiasmado con la bideteada.

En la ofi, todo bien. A la hora del almuerzo se me da por innovar, y pido un delivery de comida china: cerdo con hongos y brotes de bambú.

Muy rico, pero el efecto es más instantáneo que el de mi café mañanero.

Voy al baño de empleados apretando los cantos: están todos los boxes ocupados. ¡Me cagooo!. Los jefes se fueron a comer afuera, y la conchuda de su secretaria está almorzando en el comedor; así que me cuelo subrepticiamente en el baño de gerencia.

Comida china: pica cuando entra, pica cuando sale. Mientras tanto examino el baño: ¡que guachos estos jefes! En el baño de empleados nos ponen un papel higiénico con el que te podés limar las uñas mientras cagás, pero acá tienen uno suavecito, toallas de tela, Glade Toque, jabón-jabón, no ese detergente líquido de apretar un botón pringoso, revistas en un canasto y hasta una cestita con popurrí de canela, jazmín y pétalos de rosas sobre la mochila del inodoro.

Termino. Voy al bidé. Hago la misma maniobra que a la mañana en casa: pivoteo sobre un pie... medio giro... y me olvido que tengo los pantalones y calzón en los tobillos que hacen tope contra la base del bidet. ¡¡¡Error!!!

La frenada textil me arroja de cara contra la pared, reboto, me deslizo hacia abajo y quedo enganchado en la punta de la taza del bidé con los huevos.

Mi quejido se hace agudo, finito. Por suerte no me partí los labios contra los azulejos. Sólo me sangra la nariz, y me mancha la camisa blanca que anoche me planchó mi mujer.

Con una mano arranco un poco de papel higiénico, hago rollitos y me tapono los dos agujeros de la nariz porque no sé cuál es el que sangra.

Mientras tanto, trato de avanzar sobre el bidé, de frente a la pared, hasta descomprimir los huevos, pero quedo casi arrodillado sobre el piso porque los pantalones me siguen frenando contra la base.

Abro la caliente, y un chorro de agua hirviendo me carboniza la chota, que quedó justo arriba del cosito del agua.

Me corro un poco más hacia la pared y ahora me quemo los huevos: depilación con lanzallamas. Asomo el upite, abro la fría, y la presión aumenta. Es como una hidrolavadora echándome lava adentro del culo.

Quiero bajar la presión con la canilla del medio, pero de frente la canilla es al revés: la fuerza aumenta, y siento que me levanta del piso.

Me paro como puedo, trastabillo hacia atrás y caigo de nuca contra la otra pared.

Así me encontró la secretaria, después que el de mantenimiento pudo forzar la puerta: desmayado boca arriba, un poco cagado, con la chota al aire, los huevos colorados como dos remolachas, la camisa manchada de sangre, papel higiénico medio disuelto en la nariz y el chorro del bidé a todo lo que da, arrancando la pintura del techo. Ah... y el “tereso” en el inodoro, porque no llegué a apretar el botón.

Tuve que pagar los arreglos. A los del piso de arriba les apareció humedad en los zócalos. A los de abajo, en las paredes. Pagué la pintura, el pintor, repuse las revistas empapadas, el papel higiénico carísimo y hasta el jabón que se disolvió con la lluvia bidetera. Pero me hice el boludo con el popurrí: ese que lo compren ellos.

Mi triste experiencia, me permite darles estos consejos útiles a la hora del bidé:

1º) Confiá sólo en el bidé de tu casa. Él es tu mejor amigo, y le conocés la temperatura, la presión y la dirección de giro de las canillas.

2º) Un bidé ajeno es más difícil de manejar que una excavadora.

3º) Ese bidé ajeno tendrá la velocidad de una Ferrari: irá de cero a cien (grados) en cuatro segundos, carbonizándote el ojete.

4º) El manejo óptimo de los controles del bidé implica conocimientos de hidráulica y termodinámica mediante una ecuación que incluye: a) presión de 0 a100%; b) temperatura A y temperatura B; c) geolocalización del culo; d) índice de sanidad y nivel de ruido.

5º) Cuando manejes todas esas variables, seguramente te tocará un bidé con monocomando.

6º) Manejarás ese monocomando como un joystick endemoniado que te levantará del piso. Antes practicá con un jet-ski.

7º) Quizás el más importante: con los pantalones bajos, el bidé se usa de espaldas a la pared.

8º) No confíes en tus amigos. Innovar hace mal.

Buen fin de semana para todos.

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