Editorial. Por Soledad Sganga, Lic. en Ciencias Políticas
"El capitalismo es el genocida más respetado
del mundo" (Ernesto “Che” Guevara).
A lo largo de toda nuestra historia moderna, las
clases populares, los pobres de las ciudades y el campo, los trabajadores en
general y la clase obrera en particular; se organizaron y enfrentaron, con
éxitos y fracasos, a las diferentes dictaduras cívico militares; porque las
dictaduras siempre fueron apañadas por la oligarquía terrateniente, la
incipiente burguesía industrial nacional y la Iglesia. Todas éstas ligadas a la
política regional del imperialismo norteamericano.
El 24 de Marzo de 1976 comenzó la larga noche
neoliberal en Argentina. Debía implantarse ese modelo y para eso era necesario erradicar la
militancia juvenil, obrera, sindical. Cualquier fuerza o movimiento social que
se opusiera.
En diciembre de 1983, después de la
derrota en la Guerra de Malvinas, el país retorna al sistema democrático, pero con
el gran fantasma de la dictadura todavía encima. Éste modelo fue retomado y
profundizado durante los '90 para eclosionar en diciembre del 2001, cuando
el pueblo salió nuevamente a las calles.
Y en el 2003 llegó Néstor y puso nuevamente en
marcha el país. En todos los sentidos: económico, político y social. Jóvenes
que comenzaron a amar la política y la militancia, como aquéllos que en los '70
se les arrebataron las utopías y los sueños.
Todo este proceso no es un mero recuento de hechos. Este proceso dejó huellas que todavía hoy persisten, y están muy marcadas en
nuestra sociedad.
La solidaridad, la dignidad que da el trabajo, la
familia, el tejido social totalmente destruido, familias desarmadas y
atravesadas por la tragedia de los compañeros que desaparecieron, por los
compañeros que fueron asesinados, familias enteras expulsadas del sistema,
pibes en la calle y una gran indiferencia por parte de aquellos a los cuales
el sistema no los afectaba.
Hoy nos encontramos con que todavía gran parte de
la sociedad mira para otro lado. Que no ve, porque no puede o no quiere, los
avances que hemos tenido. Hace 10 años atrás, nos encontrábamos con un 54% de
pobreza, con un alto desempleo, personas comiendo de la basura, pibes pidiendo
en la calle, durmiendo en la calle, atrapados por la calle. Pibes que nunca
vieron a sus padres trabajar, que nunca tuvieron una mesa servida.
En la actualidad tenemos a los pibes en las
escuelas y con sus correspondientes controles de salud, las netbooks para los
estudiantes lo que permite que la brecha tecnológica sea menor, embarazadas con
los controles asegurados y obligatorios, adultos mayores que por distintas
razones no podían jubilarse, hoy cuentan con una jubilación mínima que gracias
a la movilidad jubilatoria cuenta con dos aumentos anuales. Créditos para
acceder a una vivienda, y lo más reciente: el Programa Progresar para personas
de 18 a 24 años que no hayan terminado sus estudios o quieran seguir
estudiando.
Siempre va a ser poco, ante tantos años de
indiferencia y de miseria. Pero hemos logrado mucho. Aún así, a muchos les
molesta que a los pibes se los ayude para terminar los estudios.
“Yo que gano un poco más que el mínimo no puedo
acceder, éste plan no sirve”, dijo alguien. Sí que sirve, quizás no sea el
programa ideal, pero representa una ayuda y un estímulo enorme para aquéllos
que todavía hoy piensan y sienten que a ellos no les corresponde o no tienen
derecho a estudiar por no contar con los recursos necesarios.
Ante ése tipo de comentarios uno hace memoria, esa
memoria que pareciera que el emisor no tiene, y se pregunta ¿No te hace feliz
que un compatriota tuyo, una persona que por distintas razones no cuenta con
los recursos y pueda acceder a la AUH, a la Asignación por Embarazo, a un
crédito para que tenga su casa, que los pibes puedan terminar sus estudios y
continuarlos? Si yo me pusiera a pensar en mi caso y solo me mirara el ombligo
me quejaría de mis problemas, mis dificultades y que se caiga el mundo.
Pero por fortuna tengo trabajo, llego a fin de mes,
he logrado muchas cosas, tuve la fortuna de ir a la primaria, secundaria y
universidad. Ésa fortuna no la tuvieron todos. Fueron y son
muchos los que no tienen esa fortuna.
Es por ellos por los que se lucha, para que ellos
puedan tener los mismos derechos que tuvimos nosotros. Es por ellos, para
estimularlos, para darles una mano para que den el primer paso para avanzar.
Para que sepan que ellos también pueden progresar y que no están condenados a un
destino determinado.
Pero no hay caso. Mucha gente no lo ve. Mucha gente se queja
si se los ayuda, pero también se queja si los ve en la calle. ¿Tanto miedo se
le tiene al otro, al que no es como nosotros?
Pero ése miedo es selectivo, porque los que tienen
más que nosotros, también son diferentes a nosotros; sin embargo a ellos no se
les tiene miedo.
Se le tiene miedo al pibe que vive en una villa,
que tiene una adicción, pero no al que le provee la droga. Se le tiene miedo al
pibe con la netbook por estar mal vestido o por el lugar donde vive, pero no al
que vive en un lindo barrio, no labura ni estudia y también se droga.
Se le tiene miedo y odio a un modelo democrático
más que a la noche de la dictadura, que según el humor de las fuerzas, te
agarraban, secuestraban, torturaban, te mataban y desaparecían.
Se ha avanzado mucho en muchos aspectos, ha
mejorado la economía, ha mejorado el empleo, el consumo, la salud, la
educación. Falta mucho todavía. Ganamos muchas batallas, muchos derechos. Pero
debemos comenzar a dar seriamente y en profundidad la batalla cultural.
Aprender a mirar al otro, a entender antes de juzgar, a ser más solidarios con
los que menos tienen, y ser conscientes que todos, absolutamente todos tenemos
los mismos derechos.
Porque si hablamos de obligaciones ahí sí somos
todos iguales, pero cuando se amplían derechos, a muchos todavía les gana el
egoísmo y el individualismo.
Es mucho mejor que los jóvenes no se comprometan,
que el pueblo no piense, para así seguir ejerciendo ese poder que durante la
larga noche anuló el pensamiento crítico de muchos. Un pueblo ignorante y
perezoso para analizar nuestra política es más fácil de dominar y funcional a
los intereses de los que todavía hoy nos quieren llevar nuevamente al pasado.
A esto le tiene miedo el neoliberalismo. O mejor
llamémoslo por su nombre: el fascismo. A que nos reconstruyamos como sociedad,
como seres pensantes, libres, solidarios y orgullosamente habitantes de una
patria libre en una América Latina liberada como lo soñaron San Martín,
Bolivar y el "Che".
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