lunes, 17 de febrero de 2014

Los miedos del neoliberalismo

Editorial. Por Soledad Sganga, Lic. en Ciencias Políticas

"El capitalismo es el genocida más respetado del mundo" (Ernesto “Che” Guevara).

A lo largo de toda nuestra historia moderna, las clases populares, los pobres de las ciudades y el campo, los trabajadores en general y la clase obrera en particular; se organizaron y enfrentaron, con éxitos y fracasos, a las diferentes dictaduras cívico militares; porque las dictaduras siempre fueron apañadas por la oligarquía terrateniente, la incipiente burguesía industrial nacional y la Iglesia. Todas éstas ligadas a la política regional del imperialismo norteamericano.

El 24 de Marzo de 1976 comenzó la larga noche neoliberal en Argentina. Debía implantarse ese modelo y para eso era necesario erradicar la militancia juvenil, obrera, sindical. Cualquier fuerza o movimiento social que se opusiera.

En diciembre de 1983, después de la derrota en la Guerra de Malvinas, el país retorna al sistema democrático, pero con el gran fantasma de la dictadura todavía encima. Éste modelo fue retomado y profundizado durante los '90 para eclosionar en diciembre del 2001, cuando el pueblo salió nuevamente a las calles.

Y en el 2003 llegó Néstor y puso nuevamente en marcha el país. En todos los sentidos: económico, político y social. Jóvenes que comenzaron a amar la política y la militancia, como aquéllos que en los '70 se les arrebataron las utopías y los sueños.

Todo este proceso no es un mero recuento de hechos. Este proceso dejó huellas que todavía hoy persisten, y están muy marcadas en nuestra sociedad.

La solidaridad, la dignidad que da el trabajo, la familia, el tejido social totalmente destruido, familias desarmadas y atravesadas por la tragedia de los compañeros que desaparecieron, por los compañeros que fueron asesinados, familias enteras expulsadas del sistema, pibes en la calle y una gran indiferencia por parte de aquellos a los cuales el sistema no los afectaba.

Hoy nos encontramos con que todavía gran parte de la sociedad mira para otro lado. Que no ve, porque no puede o no quiere, los avances que hemos tenido. Hace 10 años atrás, nos encontrábamos con un 54% de pobreza, con un alto desempleo, personas comiendo de la basura, pibes pidiendo en la calle, durmiendo en la calle, atrapados por la calle. Pibes que nunca vieron a sus padres trabajar, que nunca tuvieron una mesa servida.

En la actualidad tenemos a los pibes en las escuelas y con sus correspondientes controles de salud, las netbooks para los estudiantes lo que permite que la brecha tecnológica sea menor, embarazadas con los controles asegurados y obligatorios, adultos mayores que por distintas razones no podían jubilarse, hoy cuentan con una jubilación mínima que gracias a la movilidad jubilatoria cuenta con dos aumentos anuales. Créditos para acceder a una vivienda, y lo más reciente: el Programa Progresar para personas de 18 a 24 años que no hayan terminado sus estudios o quieran seguir estudiando.

Siempre va a ser poco, ante tantos años de indiferencia y de miseria. Pero hemos logrado mucho. Aún así, a muchos les molesta que a los pibes se los ayude para terminar los estudios.

“Yo que gano un poco más que el mínimo no puedo acceder, éste plan no sirve”, dijo alguien. Sí que sirve, quizás no sea el programa ideal, pero representa una ayuda y un estímulo enorme para aquéllos que todavía hoy piensan y sienten que a ellos no les corresponde o no tienen derecho a estudiar por no contar con los recursos necesarios.

Ante ése tipo de comentarios uno hace memoria, esa memoria que pareciera que el emisor no tiene, y se pregunta ¿No te hace feliz que un compatriota tuyo, una persona que por distintas razones no cuenta con los recursos y pueda acceder a la AUH, a la Asignación por Embarazo, a un crédito para que tenga su casa, que los pibes puedan terminar sus estudios y continuarlos? Si yo me pusiera a pensar en mi caso y solo me mirara el ombligo me quejaría de mis problemas, mis dificultades y que se caiga el mundo.

Pero por fortuna tengo trabajo, llego a fin de mes, he logrado muchas cosas, tuve la fortuna de ir a la primaria, secundaria y universidad. Ésa fortuna no la tuvieron todos. Fueron y son muchos los que no tienen esa fortuna.

Es por ellos por los que se lucha, para que ellos puedan tener los mismos derechos que tuvimos nosotros. Es por ellos, para estimularlos, para darles una mano para que den el primer paso para avanzar. Para que sepan que ellos también pueden progresar y que no están condenados a un destino determinado.

Pero no hay caso. Mucha gente no lo ve. Mucha gente se queja si se los ayuda, pero también se queja si los ve en la calle. ¿Tanto miedo se le tiene al otro, al que no es como nosotros?

Pero ése miedo es selectivo, porque los que tienen más que nosotros, también son diferentes a nosotros; sin embargo a ellos no se les tiene miedo.

Se le tiene miedo al pibe que vive en una villa, que tiene una adicción, pero no al que le provee la droga. Se le tiene miedo al pibe con la netbook por estar mal vestido o por el lugar donde vive, pero no al que vive en un lindo barrio, no labura ni estudia y también se droga.

Se le tiene miedo y odio a un modelo democrático más que a la noche de la dictadura, que según el humor de las fuerzas, te agarraban, secuestraban, torturaban, te mataban y desaparecían.

Se ha avanzado mucho en muchos aspectos, ha mejorado la economía, ha mejorado el empleo, el consumo, la salud, la educación. Falta mucho todavía. Ganamos muchas batallas, muchos derechos. Pero debemos comenzar a dar seriamente y en profundidad la batalla cultural. Aprender a mirar al otro, a entender antes de juzgar, a ser más solidarios con los que menos tienen, y ser conscientes que todos, absolutamente todos tenemos los mismos derechos.

Porque si hablamos de obligaciones ahí sí somos todos iguales, pero cuando se amplían derechos, a muchos todavía les gana el egoísmo y el individualismo.

Es mucho mejor que los jóvenes no se comprometan, que el pueblo no piense, para así seguir ejerciendo ese poder que durante la larga noche anuló el pensamiento crítico de muchos. Un pueblo ignorante y perezoso para analizar nuestra política es más fácil de dominar y funcional a los intereses de los que todavía hoy nos quieren llevar nuevamente al pasado.

A esto le tiene miedo el neoliberalismo. O mejor llamémoslo por su nombre: el fascismo. A que nos reconstruyamos como sociedad, como seres pensantes, libres, solidarios y orgullosamente habitantes de una patria libre en una América Latina liberada como lo soñaron San Martín, Bolivar y el "Che".


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