La muerte de Chávez llena de congoja a millones de venezolanos y latinoamericanos, no por la persona en sí -en perspectiva histórica, los seres humanos somos natural y fatalmente efímeros- sino por el proceso liberador que el presidente encarnó.

Para el ahora marqués español, Hugo Chávez "revela ese miedo a la libertad que es una herencia del mundo primitivo, anterior a la democracia y al individuo, cuando el hombre era masa todavía y prefería que un semidiós, al que cedía su capacidad de iniciativa y su libre albedrío, tomara todas las decisiones importantes sobre su vida".
Partidario ferviente del "libre albedrío", sobre todo cuando se infiere de él el libre mercado y el neoliberalismo que diezmó la América Latina, el autor de "La ciudad y los perros", "Pantaleón y las visitadoras" y "La tía Julia y el escribidor", entre otros 'boom sellers', no se guarda nada a la hora de descalificar al hombre para hacer lo propio con el proceso; ese es su principal objetivo.

Ello queda claro cuando pretende advertirnos que la popularidad de caudillos como Chávez "suele ser enorme, irracional, pero también efímera, y el balance de su gestión infaliblemente catastrófico".
¿Pensarán lo mismo las masas venezolanas, las clases desposeídas y oprimidas que en 1989 protagonizaron el Caracazo contra el gobierno neoliberal de Carlos Andrés Pérez y luego adhirieron a quien encarnó la lucha -Chávez- y la encabezó a la victoria? (valga una observación: en Venezuela acababa lo que en la Argentina se iniciaba).
Pero Vargas Llosa desprecia a las masas, al pueblo movilizado: "No hay que dejarse impresionar demasiado por las muchedumbres llorosas que velan los restos de Hugo Chávez; son las mismas que se estremecían de dolor y desamparo por la muerte de Perón, de Franco, de Stalin, de Trujillo, y las que mañana acompañarán al sepulcro a Fidel Castro".
Y todo el texto así, hasta que a uno le resulta intolerable la lectura.
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