TRAS HABER SIDO CAPTURADO EL 8, EL 9 DE OCTUBRE DE 1967 FUE COBARDEMENTE ASESINADO EN LA LOCALIDAD DE LA HIGUERA, BOLIVIA. A MEDIO SIGLO DE SU MUERTE, CONTINÚA SIENDO UN EMBLEMA Y UN EJEMPLO PARA GENERACIONES DE JÓVENES EN LA LUCHA CONTRA LAS INJUSTICIAS SOCIALES.
Ernesto Guevara de la Serna, el compañero de Fidel y Raúl Castro y de Camilo Cienfuegos, en la dirección de la lucha guerrillera en la Sierra Maestra que derribó la sangrienta dictadura de Fulgencio Batista, había nacido en Rosario, Argentina, en 1928. Su padre, Ernesto Rafael Guevara Lynch, y su madre, Celia de la Serna, eran de clase alta empobrecida. “El Che” –como se le conocería para siempre–, estudió medicina, leyó las obras fundamentales del marxismo en la universidad y se lanzó muy joven a recorrer el continente americano.
Prestó servicios humanitarios en cada lugar donde hacía escala, especialmente en los Andes peruanos y en el Amazonas, junto con su compañero de viaje, Alberto Granado. Estuvo en Colombia en 1952, bajo el gobierno de Laureano Gómez y Roberto Urdaneta Arbeláez. En una carta dirigida a su mamá, su “querida vieja”, fechada el 6 de julio de ese año, expresa que “el primer día en Bogotá fue regularcito; conseguimos la comida en la Ciudad Universitaria, pero no alojamiento, porque esto está lleno de estudiantes becados para seguir una serie de cursos que organiza la ONU…”.

El Che se radicó en Guatemala en 1954, cuando triunfó el presidente progresista Jacobo Arbenz, acusado de “comunista” por el gobierno de Eisenhower. Una operación militar organizada por la CIA lo derrocó a los pocos meses. Amenazado de muerte, Guevara se traslada a México, donde conoce a Fidel y a Raúl Castro, quienes planean, junto con otros cubanos exiliados, una insurrección contra la dictadura de Batista.
En una osada expedición desembarcan del yate Granma en el oriente de Cuba en diciembre de 1956. Conforman guerrillas, bajo el mando del joven abogado Fidel Castro, y luchan sin tregua desde la Sierra Maestra. El Che demuestra gran destreza estratégica: luego de comandar las tropas rebeldes en la batalla de Santa Clara, los guerrilleros liderados por Fidel triunfan el primero de enero de 1959.

Era parco, austero, casi monacal. Detestaba las etiquetas y los protocolos. No aceptaba privilegios. Una vez rechazó una bicicleta que le habían obsequiado a uno de sus hijos. Estudiaba mucho: política, ciencias sociales, historia. Admiraba el genio militar de Mao Tse-tung en su Larga Marcha, que culminó con la derrota del sanguinario Chiang Kai-shek. Cuando el Che conoció a Mao sufrió un repentino ataque de asma.
No era hombre de gobierno ni de oficina. Decidió continuar la lucha “por la liberación de los pueblos” y así se lo hizo saber a su comandante en jefe, Fidel, quien aprobó la decisión de irse a combatir por la soberanía de otros países.

La verdad se supo el 9 de octubre de 1967, cuando los medios de comunicación del mundo entero informaron de la captura en Bolivia, en la quebrada del Yuro, y de la muerte del legendario guerrillero, en La Higuera.
El Che fue capturado el 8 de octubre de 1967. De inmediato avisaron al general René Barrientos, entonces presidente de Bolivia, y después de reunirse con los agentes de la CIA y los altos mandos del ejército, se tomó la decisión de ejecutarlo. Nadie se atrevía a hacerlo. El capitán Gary Prado le ordenó al suboficial Mario Terán, de 25 años, que le diera muerte al guerrillero.
Terán, según relató años después, estuvo un rato frente al Che, quien con voz enérgica, le indicó: “Usted viene a matarme. Póngase sereno, porque usted va a matar a un hombre”. Terán recuerda que se sintió cohibido ante el Che Guevara. Sintió mareos y salió a buscar una botella de ron. La bebió en su totalidad y entonces se sintió con arrestos para disparar.

Cuatro décadas después, y con más de 70 años, Terán comenzó a perder la vista. El líder indígena Evo Morales, admirador y seguidor del Che, acababa de asumir el poder y de instituir el Estado Plurinacional de Bolivia. Misiones médicas cubanas no tardaron en llegar al país y comenzaron a sanar a millares de campesinos y gentes pobres, entre ellas el olvidado Mario Terán.
Como es bien sabido, el Che solía anotar en una libreta las experiencias cotidianas en la guerrilla. El cuaderno original fue hallado entre sus bolsos. No tardaron en iluminarse las mentes mercantilistas de algunos altos funcionarios, empresarios y periodistas, y después de leer (descifrar y traducir a otros idiomas) minuciosamente aquellos apuntes, las grandes editoriales de Estados Unidos, España y Europa planearon realizar el 2 de julio de 1968 un ruidoso lanzamiento del Diario del Che en Bolivia, con tan mala suerte que, un día antes, apareció la edición completa en Cuba y fue repartida gratuitamente en los cinco continentes. ¿La razón? Cuando le fue entregado el Diario al ministro de Gobierno, Antonio Arguedas, este le sacó copias y las envió a Fidel Castro.
Antiguos perseguidores del Che, asombrados de la forma “como idolatran a ese guerrillero”, curiosamente han terminado por admirarlo. En el sitio donde cayó se han levantado altares con retratos, flores, velas y recordatorios. Aseguran que todos los que libraron la lucha contrainsurgente que culminó con la ejecución del Che han muerto trágicamente (el dictador Barrientos murió electrocutado en un helicóptero) o padecen penosas enfermedades.
Al Che no lo mataron. Al Che lo sembraron en el alma y en el corazón de millones de libertarios en todo el mundo. El Che no murió. Pasó a la inmortalidad.
¡Hasta la victoria siempre, Comandante!
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