Editorial - Por Alberto Carlos Bustos (*)
LO QUE SE VIENE ES COMPLICADO. PERO TENEMOS LA VENTAJA DE LA EXPERIENCIA, PORQUE YA LO VIVIMOS. EL ASUNTO ES NO VOLVER A MANDARNOS LA MISMA CAGADA.

Pero tenemos
la ventaja de que ahora, por haber vivido esta experiencia con anterioridad,
sabemos de antemano cómo termina la fiesta. La fiesta de ellos, claro. Esa a la
que a vos y a mí nunca nos van invitar, pero que la terminamos pagando nosotros.
Por eso, por
haber tenido esa experiencia, sería bueno que no cometamos el mismo error que
cometimos en los ’90. ¿Qué error? El de creer que a vos no te iba a tocar, el
de mirar con indiferencia cómo les tocaba a los otros y salir recién cuando te
metieron la mano en el y te robaron los ahorros de toda la vida.
Porque “la
crisis del 2001” no fue “la crisis del 2001”. La crisis fue la crisis de toda
una década abyecta. Lo que pasó en el 2001 fue que todo explotó por los aires.
Porque en
diciembre del 2001 no había muchos más pobres que, por ejemplo, en septiembre de 1997. Pero la clase mierda no salió a la
calle por esos pobres, porque tenía sus dólares amarrocados. Al contrario;
puteaba cuando esos pobres le cortaban la calle con quema de gomas y ollas
populares.
Porque en
diciembre del 2001 no había muchos más desempleados que, por ejemplo, en junio
de 1998. Pero la clase mierda no salió a la calle por esos desempleados, porque
estaba más preocupada por viajar a Francia para ver el mundial. Al contrario;
decían que “en este país el que no trabaja es porque no quiere”.

La verdad es
que esta vez me cuesta hablar en primera persona del plural. El “nosotros” no debería
corresponderme. Esta vez debería quedarme orgullosamente afuera. Porque yo salí
y no tenía ni un peso en un banco. No lo tenía en el 2001, no lo tuve antes ni
lo tuve después. Yo no toco bocina ahora en los peajes, cuando la fila se hace
larga. Yo tocaba bocina en los ’90, cuando el turco innombrable regalaba escandalosamente
las rutas para que los concesionarios empezaran a cobrar el peaje a los dos
días y terminaran haciendo las rutas con nuestra plata.
En aquella
década abyecta a mí no me robaron los ahorros. Me robaron lo mismo que van a
intentar robarme ahora: los sueños, las ilusiones, la dignidad, los derechos y
la Patria.
No nos
mandemos otra vez la misma cagada. No esperemos a que explote todo por el aire.
No volvamos a esperar a que nos toque a cada
uno de nosotros. Tiene que alcanzar con que le toque al vecino, al compañero de
trabajo o al amigo.
Si no, todo
habrá sido en vano y querrá decir que en estos 12 años no aprendimos nada. Y lo
que es peor, querrá decir que al fin y al cabo somos igual que “ellos”, los que
están de aquel lado de la grieta.
(*) Director y editor responsable de Currín
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