Nota de revista Veintitrés
La desmentida que se vio obligado a hacer por falsear una declaración de Ricardo Lorenzetti es sólo una muestra de los problemas que enfrenta el empresario de medios. Denuncias gremiales y sequía financiera.
Adora la perdiz rellena que Alex prepara con maestría en Les Anciens Combattants. Pero quizá no fue sólo por eso que Jorge Fontevecchia escogió ese exclusivo restó francés de San Telmo para reunir a su plana mayor. Era septiembre de 2005, y faltaban pocas horas para que reviviera el producto que unos años antes había provocado el naufragio de su editorial: el Diario Perfil. Precavido, esta vez el periódico se publicaría con frecuencia de semanario, pero esa modestia presupuestaria contrastaba con el oneroso costo del cubierto y la ampulosa decoración que rodeaba a los comensales: el lugar es un santuario que rinde homenaje a los combatientes de la primera y la segunda guerra mundial. Los editores con más sensibilidad para las sutilezas, entrevieron en esa puesta en escena un mensaje: Fontevecchia, autoindulgente, se veía a sí mismo como sobreviviente de una batalla épica con resultado injusto. Y su ego, herido, clamaba revancha.
Esta semana, la autoestima del hombre que conduce una de las editoriales de revistas más importantes del país volvió a rodar por el fango. El empujón, esta vez, lo propinó la Corte Suprema de Justicia de la Nación, que en un hecho inédito se reunió para exigir que el empresario-periodista desmintiera una declaración atribuida al titular del tribunal, Ricardo Lorenzetti. La contundencia del reclamo tuvo efecto inmediato: Fontevecchia se vio obligado a reconocer que, en un reportaje publicado en la edición del domingo 3 del Diario Perfil, se habían puesto en boca de Lorenzetti palabras que el magistrado nunca había dicho. No se trataba, por cierto, de una declaración menor. En el texto publicado, el titular de la Corte insinuaba que se había reunido con el secretario legal de la Presidencia, Carlos Zannini, para “conversar” sobre el trascendental fallo que declaró constitucional la Ley de Servicios de Comunicación audiovisual. La supuesta confesión venía a corroborar las denuncias que una antigua mimada de Fontevecchia, Elisa Carrió, había propagado sobre un supuesto pacto entre las cúpulas de los poderes Ejecutivo y Judicial para perjudicar al Grupo Clarín. Las declaraciones atribuidas por Perfil a Lorenzetti dejaron servido el escándalo que el sector más irresponsable y solícito de la oposición se encargó de propagar, con amenazas de juicio político y una eventual concurrencia a la Justicia internacional.
El baldazo de la Corte apagó el fuego opositor y generó el barro dónde chapoteó Fontevecchia, autor de la entrevista donde se había falseado la declaración. Por imperativo del tribunal, el sitio web de Perfil difundió un video donde se escuchaba fuerte y claro a Lorenzetti admitir encuentros con distintos funcionarios del Gobierno para tratar temas varios de la agenda común, como la lucha contra el narcotráfico, pero ante una pregunta del empresario, el magistrado desmintió con énfasis que en esos encuentros se hablara de la Ley de Medios. ¿Cómo fue que esa negativa se transformó en una afirmación? El medio arguyó problemas en la edición, una explicación que, lejos de aplacar, alimentó la ira de los ministros de la Corte. “¡Dejaron correr el escándalo dos días hasta darse cuenta del error! ¡Y porque se lo ordenamos nosotros!”, se indignó ante sus pares un miembro de la Corte. En el cuarto piso de Tribunales, ni siquiera el ordenanza creyó en la versión del empresario. En ese ámbito resultaron más verosímiles las versiones que le atribuyen a Fontevecchia un pacto con su amiga Carrió para inseminar un escándalo al estilo de los que habitualmente se alimentan ambos. Hazte fama…
El establishment periodístico, del que Fontevecchia forma parte –acaba de ser nombrado en la insípida Academia Nacional de Periodismo y participa de ADEPA–, fue clemente con su colega. Aceptaron como válidas sus explicaciones y elogiaron que “pidiera disculpas”, pero tal cosa nunca ocurrió. Apremiado por la Corte, el diario publicó un texto sin firma en su web donde habló “de un malentendido durante un reportaje que se extendió por más de dos horas”. De pedir disculpas, nada. ¿Habrá sido acaso una manera de negar lo que realmente ocurrió? Para la psicología -disciplina en la que suele abrevar el empresario-, la negación es un mecanismo de defensa que consiste en enfrentarse a los conflictos negando su existencia. Para Freud, negar algo significa aceptar algo que se preferiría reprimir. En el caso de Fontevecchia, pedir disculpas hubiera implicado aceptar la culpa de lo que se hizo. De haber operado con negación, eso sí, a Fontevecchia no se le podría achacar falta de coherencia: no sería la primera vez.
Editorial Perfil S.A. se inscribió el 26 de octubre de 1976. Siete meses antes se había iniciado la peor dictadura de las tantas que asolaron al país. Bajo esta sociedad comercial, Jorge Fontevecchia publicó La Semana, una revista de actualidad que abrazó con entusiasmo el autodenominado Proceso de Reorganización Nacional. Como prueba de aquellas mieles están las notas dedicadas a fustigar la “campaña antiargentina”, en referencia a las denuncias que se hacían en el extranjero sobre la desaparición de personas. O, más elocuente aún, las tapas dedicadas a Ramón Camps, donde el represor se explayaba sobre “el caso Graiver” –ex dueños de Papel Prensa– y en un reportaje distendido afirmaba: “A veces es sobre la sangre sobre la que se edifican los grandes éxitos”. El detalle: los edulcorados relatos de Camps se publicaron en 1983, cuando ya se había hecho público el baño de sangre implementado por la represión. Sin embargo, cuando Fontevecchia escribe sobre esa época prefiere recordar sus días como “chupado” en el centro clandestino de detención El Olimpo, o como exiliado en Nueva York. Es probable que la potencia de aquellos recuerdos traumáticos borraran de su memoria los litros de tinta que La Semana había puesto al servicio de la dictadura cívico-militar.
El 1 de agosto de 1998 el empresario anunció con pompa la salida del Diario Perfil. El intento duró 84 ejemplares, dejó un centenar de periodistas desempleados y puso a la editorial fundada por su padre al borde de la extinción. Fontevecchia distribuyó las culpas por el fracaso entre la incomprensión de los lectores, un contexto económico decadente y la asfixia comercial provocada por los avisadores privados a instancias de sus competidores, en especial, del Grupo Clarín. El reparto de responsabilidades que el empresario emprendió para amortiguar las culpas propias no alcanzó, al menos en público, al estupendo equipo profesional que había sido convocado para la ocasión. Pero eso no evitó que fueran ellos, y el resto de los empleados de la editorial, los que pagaran la consecuencia del proyecto faraónico que Fontevecchia abortó a poco de comenzar a andar. Fuentes vinculadas a la organización gremial interna estimaron que entre 1998 y este año unos 300 trabajadores fueron despedidos o se plegaron a los sucesivos programas de retiro voluntario que la empresa dispone para ajustar su personal. La semana pasada, por caso, la editorial sumó siete nombres a esa lista, provocando un nuevo conflicto gremial a la larga saga que el multimedios gráfico tiene en su haber. En este caso, con un agravante: uno de los despedidos integraba la junta electoral para la elección de comisión gremial interna, de modo que la empresa, además del natural repudio por las cesantías, sumó una denuncia por persecución gremial.
El edificio de Chacabuco 271 donde se afinca Editorial Perfil fue escenario de luchas gremiales épicas, como los 23 días de toma en rechazo a la suspensión del Estatuto de prensa que Fontevecchia pretendía aplicar por vía judicial, o los 40 días de paro en el nuevo Diario Perfil. En todos los casos, los trabajadores reaccionaron ante los planes de ajuste que la empresa aplica como forma de aliviar su rojo comercial. Es que Fontevecchia, flemático en sus modos, se mueve en sus negocios al estilo talibán. Esto llevó a que los balances de la editorial acumulen resultados negativos cada vez más voluminosos. En 2010, la compañía presentó pérdidas por 27,4 millones de pesos, cifra que ascendió a 56,3 millones de pesos en 2012. Fontevecchia suele argumentar ante sus acreedores que sus problemas económicos son consecuencia del retaceo de pauta oficial, planteo que, en efecto, explica una parte de la pérdida de ingresos de la editorial. Pero el grueso del pasivo se debe a la caída en las ventas de sus productos y al menor rendimiento de las remesas provenientes de las licencias extranjeras de Caras, la revista del corazón del grupo con fuerte presencia en Brasil.
Para amortiguar costos y avanzar en un polémico plan de sinergia de contenidos entre sus redacciones –similar al que ya aplicó al fusionar el departamento de fotografía–, en las próximas semanas las revistas se mudarán a la planta impresora de Barracas. En ese momento pasará a ser historia el edificio en el que Fontevecchia quiso exhibir el auto donde fue masacrado el reportero José Luis Cabezas, uno de los tantos estupendos profesionales que habitaron –y aún habitan– los medios de la Editorial Perfil. Tampoco se informó qué ocurrirá con los fragmentos del Muro de Berlín que hoy decoran el ingreso a la editorial. Y que Fontevecchia hizo traer en aquellos efervescentes años noventa donde los empresarios competían por demostrar hasta qué punto el lujo es vulgaridad.
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