Alemania recordó ayer el 70º aniversario de la Conferencia de Wannsee, que se realizó en 1942. La cita reunió en un distrito de las afueras de Berlín a quince altos funcionarios del régimen de Hitler para trazar un plan de exterminio masivo de millones de judíos de todo el mundo.
Al presidente Christian Wulff le correspondió la tarea de evocar este oscuro capítulo de la historia alemana, que definió en apenas 90 minutos de reunión la maquinaria de exterminio del Holocausto.
Lo hizo en la misma hermosa villa a orillas del Wannsee en que tuvo lugar la conferencia el 20 de enero de 1942, convocada por el jefe de Seguridad del Reich, Reinhard Heydrich, con asistencia de los secretarios de Estado de los principales ministerios y Adolf Eichmann, artífice del plan.
La convocatoria era a una "reunión de trabajo con desayuno", en el número 56-58 de la calle que discurre junto al Wannsee. El tema a debatir era la "solución final", cuyo protocolo dirigiría Eichmann, por entonces máximo responsable y coordinador de las deportaciones.
La cita era a escala de secretarios de Estado y altos funcionarios, pero su responsabilidad última correspondía a Heinrich Himmler, jefe de las SS.
Adolf Hitler llevaba casi nueve años en el poder y la Segunda Guerra Mundial se había extendido al Atlántico con la declaración de guerra a EEUU, en diciembre de 1941.
El Holocausto era ya una realidad plasmada en masacres en el Báltico, Bielorrusia y Ucrania desde junio de ese mismo año, con más de medio millón de judíos asesinados.
Se trataba de optimizar la coordinación entre los estamentos del aparato nazi para sistematizar el exterminio de los judíos.
De la conferencia de Wannsee saldría un documento de quince páginas, donde se explicitaba, a modo de protocolo, las cifras de judíos repartidos en otras partes del mundo, así como el plan minucioso para exterminarlos.
Se detallaba el organigrama de las deportaciones en trenes, que dirigirían a los judíos a campos de exterminio o de trabajo, para ser utilizados como esclavos del nazismo. En función de sus condiciones físicas serían destinados a "trabajar hasta la muerte" o, directamente, a "la eliminación inmediata".
Que el documento no lleve la firma de Hitler ha dividido las opiniones de historiadores entre quienes consideran que la cuestión fue liquidada sin conocimiento directo del "Führer" y quienes apuntan a que no estampó su signatura porque era mera burocracia.
Para entonces, el exterminio judío era objetivo más que decidido por el dictador, quien del antisemitismo depredador teórico del "Mein Kampf" -el doctrinario escrito desde una cárcel bávara en 1924- pasó a la práctica en cuanto llegó al poder en 1933.
La villa de Wannsee en que se celebró la conferencia es hoy un centro de documentación donde se conservan esos protocolos.
Ahí pronunció ayer su discurso Wulff, bajo presión desde hace seis semanas por un crédito privado y otros presuntos "favores" -incluidas vacaciones- aceptados de empresarios amigos.
Fue su primer acto de relevancia nacional, tras seis semanas de polémica continuada que ha hecho que se cuestione incluso hasta qué punto es necesario hoy día mantener el cargo presidencial, siendo que en Alemania es representativo y sin peso político real.
Juristas como Dieter Grimm e historiadores como Heinrich August Winckler han recordado que el hecho de que constitucionalmente no se otorguen más que esas funciones al presidente es fruto de la historia reciente alemana.
Los "padres" de la Constitución, redactada tras la Capitulación del Tercer Reich, se preocuparon de desposeer al cargo de poder real, vista la experiencia de la República de Weimar (1919-1933).
La frágil democracia de entreguerras desapareció por el nazismo, en un proceso de varios capítulos, precipitada por el nombramiento de Hitler como canciller del Reich por el entonces presidente Paul von Hindenburg, en enero de 1933.
Un mes después, el mismo Hindenburg firmó el decreto para la "Protección del Pueblo y el Estado" que dio plenos poderes a Hitler y encarriló la dictadura nacionalsocialista.
Elegimos terminar esta evocación con una frase de Nicolás Avellaneda. "Los pueblos que olvidan su historia, están condenados a repetirla".