Lo afirmó la Presidenta al bajar del avión en Pulkovo. Participará de la reunión con los jefes de Estado de las principales potencias del mundo, que se llevará a cabo en San Petesburgo. Mantendrá un encuentro con su par ruso y también con el de China, Xi Jinping. La mandataria escribió en Twitter y dio detalles de las actividades.
Cristina, ayer, a su arribo al aeropuerto de San Petersburgo
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La presidenta Cristina Fernández arribó ayer a la histórica ciudad rusa de San Petersburgo para participar de la reunión del G-20 y afirmó al bajar del avión que el país tratará "el tema de los fondos buitre", tras el fallo de la Cámara de Apelaciones de Nueva York a favor de estos, desafiado por el gobierno nacional con una oferta de reapertura del canje en condiciones similares a las de 2010.
La mandataria anticipó que Argentina planteará que "la generación de empleo, la producción y la inversión" son "los únicos elementos que van a sacar adelante la economía global" frente al contexto de crisis.
"Vamos a hablar de crecimiento, de empleo y de deuda. Vamos a plantearlo desde lo condicionante del crecimiento de la economía global y la necesidad de hacer mucho hincapié en la generación de empleo, en la producción y la inversión, que son los únicos elementos que van a sacar adelante la economía global", aseveró la Presidenta en declaraciones formuladas ayer al arribar a San Petersburgo.
En ese marco, la mandataria señaló que la que comenzará mañana será una Cumbre del G20 "muy especial" porque se desarrollará "en un momento mundial grave, no sólo por la crisis económica sino porque se produce ante una situación complicada, de gravedad institucional global, como es el tema de seguridad de Medio Oriente".
Cristina tendrá una intensa agenda bilateral bajo el brazo, que fue anticipada el martes desde la Secretaría General de la Presidencia, poco después de la partida del vuelo que la trasladó junto a una reducida comitiva oficial integrada por el canciller Héctor Timerman y el secretario de Comunicación Pública, Alfredo Scoccimarro.
El ministro de Economía, Hernán Lorenzino, desistió a último momento de viajar para estar en Buenos Aires cuando hoy mismo comience a analizarse en el Parlamento la nueva propuesta de canje para holdouts.
Durante su estadía en esta ciudad, que se extenderá hasta el viernes, se reunirá con el presidente anfitrión, Vladimir Putin, y los jefes de Estado de China, Xi Jinping; de Japón, Shinzo Abe; de la India, Manmonah Sing; y de Sudáfrica, Jacob Zuma. A excepción de Japón, todos países que integran con Brasil el poderoso grupo BRICS de las potencias emergentes.
Estos diálogos se producirán en un escenario particular: el entorno del Palacio de Constantino, a 30 kilómetros de San Petersburgo y la villa aledaña donde se alojarán los mandatarios de los 20 países miembros, a razón de un presidente y su comitiva por chalet, propiedad del gobierno ruso. Cristina ocupará el número tres, en el sector que tendrá, entre otros habitantes, al propio Putin y al estadounidense Barack Obama, con quien nunca estuvo previsto, protocolarmente, ningún encuentro bilateral.
La agenda de la Presidenta en Rusia
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Las deliberaciones formales del G-20 comenzarán mañana, pasado el mediodía, y culminarán entrada la tarde del viernes. Serán sin acceso a los medios de comunicación que, por miles, estarán cubriendo las alternativas del foro internacional más poderoso del mundo desde un impactante centro de prensa ubicado a orillas del Mar Báltico.
El martes comenzaron las reuniones previas de los sherpas, es decir, los asesores de los presidentes para cuestiones económico-financieras, quienes tendrán a cargo la elaboración del borrador del documento final que, de no mediar inconvenientes, suscribirán luego los mandatarios. La Argentina estuvo representada por la embajadora en Estados Unidos, Cecilia Nahon; el delegado argentino ante el FMI, Sergio Chodos; el embajador argentino en Rusia, Juan Carlos Kreckler, y Víctor Fuentes Castillo, subsecretario de Servicios financieros del Ministerio de Economía.
Las deliberaciones de los presidentes del G-20 serán en un marco de tensiones cruzadas. En primer lugar, el conflicto en Siria y la decisión de los Estados Unidos de intervenir militarmente, fuertemente resistida por Putin y varios miembros del Grupo –la Argentina, entre ellos– que consideran imprescindible esperar el informe de la ONU sobre el presunto ataque con armas químicas contra la población civil antes de ir a un escenario militar. Luego, el pedido de explicaciones de Brasil a los Estados Unidos a partir de la revelación de nuevos documentos filtrados por el ex técnico de la CIA Edward Snowden sobre el espionaje del país del norte a los mails y conversaciones telefónicas de la presidenta Dilma Rousseff y a su par mexicano, Alfonso Peña Nieto. Y por último, las críticas de la Unión Europea a los países emergentes –entre ellos Brasil, Argentina, India, China, Sudáfrica, Indonesia y Ucrania–, a quienes en la previa del G-20 acusó de ejercer un fuerte proteccionismo de sus economías.
Si bien la cumbre discurrirá sobre la reforma del sistema financiero, los mecanismos para asegurar el crecimiento, las medidas contra los paraísos fiscales y la sustentabilidad de las deudas soberanas, nadie descarta que en medio de las deliberaciones se instalen las referencias a estos conflictos de carácter político. "Un jefe de Estado puede decir lo que quiera y nadie se lo va a impedir", graficó un conocedor de la dinámica de estos foros, a la hora de admitir la posibilidad de que se produzcan desviaciones de la agenda.
De las reuniones preparatorias surgieron algunos signos positivos y otros de preocupación. Entre los primeros, la decisión consensuada de procurar que cualquier medida financiera sea coordinada de manera que no afecte el empleo, algo en lo que viene trabajando la Argentina desde la reunión de ministros de finanzas y de trabajo que se realizó en Rusia en junio de este año, y que el propio Putin puso en escena como una de sus preocupaciones en su rol de anfitrión de la cumbre.
Entre los motivos de inquietud, se inscribe la creciente campaña de los países europeos para instalar la idea de que los emergentes empiezan a ver debilitadas sus tasas de crecimiento, mientras los desarrollados dan señales de una supuesta salida de la crisis, algo que produjo malestar en esas delegaciones.
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