Por primera vez el genocida Jorge Rafael Videla reconoció los crímenes de lesa humanidad cometidos por la última dictadura militar.
Jorge Rafael Videla reconoció por primera vez en la historia que el gobierno militar que condujo desde 1976 mató a "siete mil u ocho mil personas" que estaban secuestradas en los centros de detención clandestinos.
"Cada desaparición puede ser entendida ciertamente como el enmascaramiento, el disimulo, de una muerte", dijo Videla quien además justificó este accionar al decir que hizo desaparecer los restos de los asesinados "para no provocar protestas dentro y fuera del país".
Esta confesión aparecerá en el libro Disposición Final, que saldrá a la venta próximamente y contiene un reportaje que el periodista Ceferino Reato le realizó durante 20 horas al ex dictador en octubre de 2011 y marzo de 2012 en la celda número 5 de la prisión federal de Campo de Mayo.
"No había otra solución; estábamos de acuerdo en que era el precio a pagar para ganar la guerra contra la subversión y necesitábamos que no fuera evidente para que la sociedad no se diera cuenta. Había que eliminar a un conjunto grande de personas que no podían ser llevadas a la justicia ni tampoco fusiladas", señaló Videla.
También hizo hincapie en casos particulares, como el del jefe del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), Mario Santucho. "Era una persona que generaba expectativas; la aparición de ese cuerpo iba a dar lugar a homenajes, a celebraciones. Era una figura que había que opacar", lanzó.
"Nuestro objetivo (el 24 de marzo de 1976) era disciplinar a una sociedad anarquizada. Con respecto al peronismo, salir de una visión populista, demagógica; con relación a la economía, ir a una economía de mercado, liberal. Queríamos también disciplinar al sindicalismo y al capitalismo prebendario", prosiguió y sobre los desaparecidos dijo que "podría haber listas parciales, pero desprolijas".
También manifestó que los empresarios "se lavaron las manos. Nos dijeron: 'Hagan lo que tengan que hacer', y luego nos dieron con todo. ¡Cuántas veces me dijeron 'se quedaron cortos, tendrían que haber matado a mil, a diez mil más!'"
"Dios sabe lo que hace, por qué lo hace y para qué lo hace. Yo acepto la voluntad de Dios. Creo que Dios nunca me soltó la mano", finalizó sin ningún tipo de remordimientos.
Por suerte, en un Estado de Derecho aceptamos la voluntad de la Justicia. Y la Justicia determinó que este genocida hijo de puta, de la mano de Dios, se pudra en la cárcel.
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