Los bloques opositores fracasaron en Diputados en su intento de frenar la reforma de la Carta Orgánica del Banco Central, con el argumento de que no puede ser contaminada ideológicamente, pese a que nació bajo el Consenso de Washington.
Finalizó la primera semana de sesiones ordinarias en el Congreso. El oficialismo hizo sentir su mayoría y la oposición, resignada y sin rumbo, se convirtió en un espectador privilegiado de lo que sucede cuando un partido político cuenta con agenda propia y un proyecto que concretar.
La media sanción en Diputados a la reforma de la Carta Orgánica del Banco Central significa terminar con una de las bases jurídicas del neoliberalismo y, al mismo tiempo, se configura en el primer tramo del camino que anunciara la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, el de otorgarle al modelo un corpus legal que lo contenga en el tiempo.
Desde un primer momento la oposición rechazó el proyecto. Los argumentos esgrimidos fueron ciertamente ambiguos, contradictorios y con el correr de los días, hasta cambiaron radicalmente. Comenzaron sosteniendo que el gobierno nacional buscaba meter sus manos en la entidad para manejar a gusto y paladar, sin controles, “el dinero de los argentinos”. Luego cambiaron hacia la imposibilidad que tiene la administración kirchnerista de quitarle a la entidad, su carácter independiente y, por lo tanto, el BCRA sólo debe concentrarse en el objetivo de proteger el valor de la moneda y nada más, tal como lo plantea la actual letra de la Carta Orgánica. Ergo, no se puede tocar, ni se debe cuestionar.
En este punto, los opositores sostuvieron que la Carta Orgánica vendría a ser como una entidad químicamente pura, estable y nunca contaminada por concepción ideológica alguna. Un argumento con el que pretenden quitarle al texto normativo, la marca de nacimiento e influencia del Consenso de Washington, marco teórico de la política aplicada en los años noventa por el menemismo y profundizada por el gobierno de Fernando de la Rúa. Esa negación les sirve para achacar a la gestión K de pretender trastocar esa Carta Orgánica, hasta hoy supuestamente libre del pecado ideológico.
Los ejemplos concretos sirven, en la mayoría de los casos, para destruir esas posturas que parecen inamovible. Eso es lo que hizo durante el debate en Diputados, el presidente de la comisión de Presupuesto, Roberto Feletti.
El legislador recordó tres momentos de la historia reciente. Los dos primeros dieron cuenta de que el único objetivo del BCRA, la defensa del valor de la moneda, no funcionó en favor de los argentinos. El primero fue el denominado Efecto Tequila, en 1995. El segundo fue la crisis de 2001. “En ninguno de los casos esta visión de que las reservas garantizaban la monetización y la estabilidad de los ahorros de la gente operó, porque las reservas fueron llevadas por los agentes más concentrados del poder económico y concluyeron en crisis de desempleo, deterioro salarial y caída de la monetización”, aseguró el ex viceministro de Economía.
Como contrapartida, puso un tercer ejemplo, el que denominó “la turbulencia de 2008-2009” y donde el resultado fue absolutamente diferente a los casos anteriores “porque había una política monetaria y cambiaria sustancialmente distinta” que permitió proteger el salario, el empleo y, por ende, la actividad productiva.
Si bien muchos legisladores opositores habían jurado que la iniciativa los había sorprendido, llamó la atención la rapidez con que elaboraron proyectos alternativos. Ya en el recinto y convencidos de que no podrían superar el número de votos del Frente para la Victoria, el contenido del discurso cambió.
Entonces, si bien consideraban conveniente que el BCRA contara con las herramientas necesarias para que además de preservar la estabilidad financiera y monetaria, también pueda orientar el sistema financiero al servicio de la producción y el empleo, lo que realmente estaba en duda era “la intención del gobierno”.
De repente, ya no era importante lo que se modificaba de la Carta Orgánica, ni el sustrato ideológico de uno u otro sector, sino lo que el gobierno pretende hacer con esta institución. A los ojos de la oposición, nada bueno puede salir de los que conducen el Ejecutivo Nacional, ni siquiera a pesar de los avances en materia macroeconómica, en el desarrollo de la producción local y el alto consumo interno.Así, los cambios de opinión en el recinto de la oposición parecen más el de una adolescente inexperta, que el surgido de un análisis profundo que incluya -entre otros- la constatación de políticas de la mejora de las condiciones de vida de los argentinos, aunque todavía falte mucho más por hacer.
Hay un tema que nuevamente asoma en el horizonte parlamentario y que generará un amplio y profundo debate: la despenalización del aborto.
La acordada realizada la semana pasada por la Corte Suprema de Justicia, con la que se sentó jurisprudencia respecto de que no es necesaria una autorización judicial para realizar un aborto en caso de violación, permitió que el tema regrese a los pasillos del Congreso. Los diputados de Nuevo Encuentro, con Martín Sabbatella a la cabeza, presentaron un proyecto que propicia la despenalización, la legalización y el acceso al aborto seguro y gratuito.
Si bien es cierto que este tema no forma parte de la agenda del gobierno nacional, no quita que pueda ser debatido en las comisiones legislativas. Hay razones de sobra para que la Argentina avance hacia una legislación que proteja la vida de las mujeres para evitar las miles de muertes que se producen, sobre todo en aquella de las clases más pobres. Y si se tiene en cuenta que en el proceso de unificación de los códigos Civil y Comercial, anunciado por la presidenta, incluye la gestación por sustitución, no hay razones para que los diputados se den el tiempo necesario para debatir esta política sanitaria y social que salvará vidas.
Este proceso de gobierno lleva más de 8 años. ¿No será mucho tiempo como para que la oposición no haya encontrado el rumbo?
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