Por Gerardo Fernández
Lo que define la discusión es que luego de votar contra su gobierno, Cobos se quedó en el cargo, haciendo una usurpación lisa y llana de un espacio al que deshonró con el aval de todo el andamiaje comunicacional.
Uno piensa que no debe engancharse en cuestiones aparentemente menores como por caso quién le pone la banda presidencial a Cristina, pero instantáneamente se dice a sí mismo que la vida es una suma de trascendencias y pequeñeces, o que a veces lo que se cree menor no lo es tanto. Este tema es uno de esos dilemas. Cuando empezó este debate pensé que no había que dar por el pito más de lo que el pito vale pero, la verdad, ahora no lo veo así.
Cobos es un traidor, está claro. La oportunidad de traicionar, empero, se la dieron los senadores del peronismo que se dieron vuelta y le dejaron servida en bandeja la oportunidad de traicionar al gobierno que representaba. Además, estaba sentado ahí como fruto de un armado político que ya a esa altura estaba roto. El kirchnerismo no puede desentenderse alegremente de Cobos, no puede alegar que se lo plantaron.
Pero lo que define la discusión en términos políticos es que luego de votar contra su gobierno, Cobos se quedó en el cargo, haciendo una usurpación lisa y llana de un espacio institucional al que deshonró con el auspicio y aval de todo el andamiaje comunicacional y político que se vive llenando la boca con frases tales como "el respeto a las instituciones". Lo dijimos muchas veces y lo repetimos: Nadie podía obligarlo a votar en contra de sus convicciones, lo único que se le exigía entonces era que como acto seguido a su votación diera un paso al costado, como lo hubiera hecho cualquier caballero. Pero no sólo no renunció sino que usufructuó el espacio para fines opositores.
Eso es lo que lo invalida para estar en la ceremonia de diciembre. Su esencia tránsfuga y su práctica de okupa político.
Y eso es lo que hay que sancionar políticamente.
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