Por Orlando Barone
El primer impostor de psicólogo o psiquiatra que le dijo “bipolar” a la presidenta fue el editor de Perfil Jorge Fontevecchia. Un acto de temeridad para cualquiera con un poco de honra, aunque sea de entrecasa.
Pero el que es bipolar es Fontevecchia, pues mientras se ufana de pertenecer a las organizaciones de prensa de hipotética moral informativa, propaga obscenamente lo contrario.
El periodismo “puro”, ese que él no practica ni ebrio ni dormido, insiste en ser parte de su tribuna de mercadeo. El grupo Clarín mercadea con el periodismo “independiente” porque pretende que todos dependan de su arbitraria independencia. Lo cierto es que cada vez más esos “independientes” penden del frágil hilo de cuanto mienten. Que es todo porque ya se gastaron el “casi”.
Más cínico, aquel “puro” luce como un slogan de “boy scout” en el anuncio de una fábrica de mierda.
Aunque no es ya Fontevecchia el único que une estas dos condiciones: no tener título y ejercer con mala praxis. Hay también otros notorios opositores mediáticos como Jorge Lanata o Beatriz Sarlo emitiendo psicodiagnósticos de Cristina con ardua insistencia. Y mutuo narcisismo. Sarlo ha dicho sobre si misma este apotegma yoísta: “Soy la antikirchnerista que más aman odiar los kirchneristas”.
Ni Victoria Ocampo, María Kodama, o tan siquiera la más agraciada y renombrada morocha o rubia del Tea party, superan ese egotismo tan burgués y rencorosamente explícito. Por su parte, si Lanata pudiera, en el pasaporte no pondría su nombre sino “YO ”. Que antiguamente era más grande, pero que se va achicando fundadamente porque ni el “Yo” quiere seguir apoyándolo.
Últimamente se agrega Adrían Suar a esa tendencia “psicologisista” que supera al psicologismo como el delirium tremens supera a la borrachera. Con impericia histriónica o dramática, se permitió decir que la presidenta –cuando dejara de serlo- podría integrar como estrella sus elencos de Polka. Pronosticarla una buena actriz a Cristina es la malicia banal de un intruso de la escena que lo ha hecho próspero, pero que está más lejos de Sófocles y de Shakespeare que de la luna.
En los grandes pequeños medios se suceden relatos escritos y orales que presumen interpretar psicológicamente cada discurso, gesto o medida de Gobierno. La presidenta, como protagonista, es eviscerada por estos apócrifos estudiosos de la mente a distancia. Por incapacidad, negación o impericia de análisis político, se lanzan a escribir o parlotear relatos interpretativos de supuestos motivos y emociones que anidan en la secreta mente de la presidenta. Bajo el mismo tipo de diganóstico presunto caen los bárbaros de la Cámpora, los de la CGT y los estigmatizados funcionarios.
Tanta pasión “psicologisista” los exime de limitarse a la lógica de los hechos políticos. Por querer ignorar sus visibles y reales efectos- más si estos son felices y provechosos- se dedican a la fraudulenta tarea de la interpretación a distancia de aquello qué sueña, siente y piensa la presidenta cuando está sola.
Luis Majul, Alfredo Leuco, Martín Caparrós, Joaquín Morales Solá, Santiago Kovadloff, Nelson Castro, Eliaschev, Marcos Aguinis, Tomás Abraham, Sylvina Walger; y un tal Roberts de La Nación, de tardío y desagraciado humorismo; o el novelista Fernández Díaz de vastas semblanzas terapéuticas sin valor empírico; o el servicial Sirvén que presta sin mucha suerte sus servicios psicológicos en el diario ex dueño por más de un siglo de la historia oficial, (y si olvido algunos notorios es porque no ameritan integrar este canon, ya que están más abajo o porque son aún más obvios) se atreven con insolencia a fantasear acerca de la sinceridad de una líder. Merodean como ratas sobre su luto, y se atreven a conjeturar el solapado fin de un enojo, de una emoción, de una frase; o de un respaldo o un distanciamiento con este o aquel aliado político. Entonces diagnostican el contenido del subconsciente de la presidenta con la impunidad intelectual y ética del impostor que juega al psicòlogo o a la psicología. Del impostor que no sabe eso que simula que sabe. Pero que sabe cómo, vencido y descolocado por una épica que cambió la rutina de modelos antipopulares, se ciega en no reconocerlo. Y se aferra al fraude de revelar lo que torcida e hipotéticamente siente o piensa Cristina.
No se rompan la psiquis. Detrás del espejo no hay un doble oculto. La presidenta que se ve es la misma que gobierna.
No hay comentarios:
Publicar un comentario