Por Aníbal Fernández
Sarlo se paró y se fue porque Viñas iba preparado para enfrentarla a ella misma. A su pasado. A su pecado que es algo más que un pecado de juventud.
Con gesto de prima donna, sin emitir palabra, una Beatriz Sarlo más joven y tan adusta como siempre, se levantó de la mesa e hizo un mutis por el foro que más de una actriz de la nueva camada envidiaría.
No ocurre hoy. Ocurre en ese túnel del tiempo/placard/archivo llamado televisión, que todo lo guarda… que todo lo recicla ¿o no es cierto?
El programa en cuestión, Los Siete Locos. La imagen casi vencida muestra a una Cristina Mucci, su conductora, desencantada y desesperada, intentando desde una admiración sin fisuras defender lo indefendible. Sarlo ha dejado a la mesa plantada. Y la mesa, en este caso particular, es David Viñas que, imperturbable, la ve pasar…
Ese programa fue objeto de exhibición, la noche de lunes, en 6,7,8, programa/novedad periodística de la década, aunque los premios Clarín/Martín Fierro no opinen lo mismo. Allí, donde se analizaron las posibles razones que motivaron esa retirada destemplada, estuvo hace unos días atrás Beatriz Sarlo debatiendo y abusando del respeto evidenciado por la totalidad del panel.
Algunos aun todavía intentan encontrarle una explicación al desplante de entonces. Incluso hay quien recuerda que años después, en un reportaje en Página/12, la propia Beatriz Sarlo se había justificado diciendo que tuvo miedo de ser golpeada por David Viñas. Pero en la imagen traída por el recuerdo del tape, no surge ningún gesto de violencia; nada de la reconocida intemperancia de David Viñas, quien permaneció impasible, casi ajeno.
David Viñas ya no está entre nosotros. Sin lugar a dudas, hubiera sido el único actor legitimado para develar el secreto. Pero alguno de los que nos consideramos con Síndrome de Diógenes de la política, tenemos guardado aquel recuerdo, importante para estos tiempos.
David Viñas llegó aquel día a los estudios trayendo en sus manos el ejemplar 42 de la revista Los Libros, datado en julio-agosto de 1975, como se podrá observar en el tape que seguramente volverán a reproducir.
Esa revista que marcó un hito entre los magazines literarios era co-dirigida por una Beatriz Sarlo que militaba febrilmente en el PCR (Partido Comunista Revolucionario, separata maoísta del PC desde 1968, atado al despertar del Mayo Francés), y asumía posturas de defensa del lopezrreguismo.
Sí señor, aunque usted no lo crea. Los “chinos” (tal como los conocíamos por esos años) habían pactado con Isabel Perón y su ideólogo/astrólogo/mago y, por entonces, ministro de Bienestar Social, el nefasto José López Rega. Y era precisamente en el número que llevó David Viñas a la mesa de Los Siete Locos en el que Beatriz Sarlo firma un editorial que esgrime una encendida defensa del gobierno de Isabel Perón y de José López Rega.
Transcribo algunos de los párrafos salientes de ese opúsculo favorecedor de las bondades del “lopezrreguismo”. Dice en un momento de ese editorial, refiriéndose a un supuesto golpe institucional que provocó la renuncia de López Rega, “(…) la crisis no puede ser comprendida –y por consiguiente resuelta– al margen de algunas precisiones: el amplio frente antilopezrreguista –heterogéneo política y socialmente– que fue utilizado como plataforma golpista por los sectores prosoviéticos, unió todo lo susceptible de ser unido en contra del ex ministro de Bienestar Social y coyunturalmente del plan Rodrigo, en verdad apuntando a la caída de Isabel de Perón y su remplazo mediante la elección del presidente provisional del Senado...”.
Continúa ese editorial tratando a la URSS de “imperialista”, citando a Gelbard, Sivak, Broner y Madanes como “prestanombres y testaferros de los negocios soviéticos en nuestro país”, y acusando a la clase media y a la burguesía nacional por su “incapacidad” para “liquidar la dependencia” del “imperialismo yanqui”.
En la segunda página (con el número 3), primera columna, primer párrafo, segundo punto, dice: “En segundo lugar, la resistencia frente al golpe institucional de Isabel y su grupo no facilitó la faena de los golpistas, quienes hoy contemplan cómo el frente antilopezrreguista se fractura y cómo algunos sectores burgueses nacionales que se habían integrado en él se desgajan recomponiendo su alianza en torno a un proyecto de independencia nacional en el interior del gobierno peronista".
Esa revista llevaba David Viñas, el día del programa, en sus manos. Así lo ha contado el propio David y me lo han hecho saber algunos de sus amigos.
Beatriz Sarlo se paró y se fue porque Viñas iba preparado para enfrentarla a ella misma. A su pasado. A su pecado que es algo más que “un pecado de juventud”.
Porque si es verdad lo que ella misma dijo en un reportaje en la revista Radar 10, en 2003: “Lo que me intriga es la persona que fui… no lo que recuerdo o elijo recodar”, la señora Sarlo debe saber que fue muchas cosas: maoísta en su juventud, defensora de López Rega antes del golpe, radical alfonsinista en la recuperación de la democracia, asesora de Graciela Fernández Meijide, cuando “Ella” apuntó a ser presidenta de la Nación, devota de Lilita Carrió en sus días mejores y, últimamente, exégeta y lenguaraz de Clarín, aunque utilice a La Nación para su prédica.
Eso sí, nunca fue popular… Ni aun en la defensa de Isabel Perón, porque lo suyo siempre fue un pacto de poder y dinero. Nunca una cuestión ideológica. Por algo David Viñas solía llamarla Beatriz “Saldo”. O Beatriz “Mesa de Saldos”, porque sostenía que su literatura era “comercial” y no artística.
Por eso David iba ese día a Los Siete Locos con el ejemplar 42 de la revista Los Libros a recordarle quién era en realidad… y no quien ella recordaba. Por eso Beatriz se paró y se fue intempestivamente de la mesa. Tuvo miedo, sí. Pero no de que Viñas la golpeara sino de que Viñas la sometiera a sí misma.
Por eso, cuando en el más puro ejercicio de autodefensa dialéctica revolea una suerte de autocrítica y teorización diciendo que si se la compara con Marcos Aguinis, Juan José Sebreli o Kovadloff ella tiene que “pedir la ficha de afiliación”, me permito llamarle humildemente la atención diciéndole:
Conmigo no, Sarlo… CONMIGO NO!!!