Ayer, lunes, el diario no se editó normalmente. Solo salió una "tapa" negra.
Currín siempre habla en 1ra. persona del plural, pero todos nuestros lectores saben que el "nosotros" del Staff del diario se reduce a una sola persona que, además, tampoco se llama Alberto Carlos Bustos.
Pero hoy, por única vez, voy a hablar en 1ra. persona del singular, porque -para bien o para mal, no lo se- las buenas las socializo, pero de las malas, me hago cargo solo.
Ya lo hice ayer, pero siento la necesidad de volver a pedirles disculpas por no haber editado el diario del lunes 27 y sacar solo una "tapa" negra, con la leyenda RIVERGÜENZA.
Ustedes, amigos lectores, esperan cada día esa pequeña cuota de humor que a todos nos alegra un poquito la vida. Ustedes esperan esa mirada irónica de la realidad que nos permite sonreír frente a cosas que, bien miradas, en muchos casos serían para llorar o, al menos, para reventar de bronca.
Ustedes, amigos lectores, no tienen la culpa de que este escriba haya desoído el mandato paterno y no haya salido hincha de Racing, equipo al que llevaron a ver hasta los 10 años (fue la primera cancha a la que fui en mi vida a los 8 años), aún cuando desde los 6 años ya había elegido otra camiseta.
Allá por 1971, el fútbol, para mí, era blanco y negro, o gris, si usted prefiere; porque lo veía por la tele, en el único partido que transmitía Canal 7. Cuando a los 8 años, mi viejo me llevó por primera vez a la cancha (de Racing, insisto), al llegar a la cima de la escalera de entrada, lo que vi, la imagen que me quedó grabada de manera indeleble para toda la vida, fueron los colores. ¡¡¡El fútbol no era gris!!! Estaba lleno de colores, los colores de la ropa de la gente, de las banderas. El pasto no era gris oscuro, como en el televisor de mi casa. Era de un verde que me enamoró para siempre. Los chicos, los jóvenes, que conocieron el fútbol a través de la televisión color, no lo pueden entender. Para ellos el fútbol siempre fue en colores; nunca fue gris.
Ustedes, amigos lectores, tampoco tienen la culpa de que haya desoído también el mandato materno y no me haya hecho hincha de Boca. Aunque la blasfema de mamá haya jurado haya el último día de su vida que alguna vez, de chiquito, me vistió con la camiseta y los pantaloncitos azules y amarillos. Y hasta se animaba a decir que había fotos que lo demostraban. Pruebas que, por cierto, jamás pudo aportar.
Pero esa blasfema, antes que bostera, era madre. Y hacía fuerza siempre para que ganara River, porque sabía que yo iba a estar contento. Y hasta el último domingo antes de morirse, cuando había algún "lío" en la cancha, llamaba por teléfono a este terrible boludón de casi 50 años, para ver si estaba bien y si no estaba en medio del quilombo, o para avisarme que no saliera del estadio porque por la radio decían que afuera había tole tole.
Ustedes, amigos lectores, tampoco tienen la culpa que no haya seguido el mandato “abuelístico” y no me haya hecho hincha de San Lorenzo. Y aunque la abuela Dora era "cuerva", con todo su amor me tejió la bufanda de River cuando volvimos a salir campeones en 1975, después de 18 años. Bufanda que nunca había usado y que este domingo usé y llevé a la cancha por primera vez, por esa cuestión de apelar a cualquier cosa ante la desesperación. Quedate tranquila abuela. Lo que pasó no pasó porque la bufanda fuera mufa. Lo que pasó, pasó porque tenía que pasar y porque lo merecíamos.
Ustedes, amigos lectores, no tienen la culpa de que a los 6 años, "Tito" Díaz, el hijo del señor del micro que me llevaba al colegio en primer grado y que a veces manejaba la catramina, me haya preguntado de qué cuadro era y cuando le dije que de ninguno, me colgó de los pies, cabeza abajo, del pasamanos del bondi escolar y me haya dicho que hasta que no me hiciera de River no me bajaba, cosa que, obviamente, sucedió ipso facto.
Ustedes, amigos lectores, no tienen la culpa de que José María Aguilar sea el hijo de puta más grande de la historia del fútbol argentino ni de que Daniel Passarella haya hecho una mala lectura de algunas cuestiones y no haya podido -en un año y medio- sacar a River de la situación en que lo dejó Aguilar.
Definitivamente, de nada de todo esto son culpables los lectores de Currín. Y sin tener la culpa de nada, ayer se quedaron sin el diario.
Por eso, quise volver a pedirles disculpas.
Pero como además, muchos de ustedes no solo se quedaron sin la sonrisa que cada día les arranca o pretende arrancarles el diario sino que, además, compartieron mi dolor, mi tristeza, mi amargura y mi impotencia -aún teniendo puestas otras camisetas, incluso de la de Boca-, también tengo que decirles GRACIAS MIL.
La vida continúa. Currín On Line también.
A. S.
Pero hoy, por única vez, voy a hablar en 1ra. persona del singular, porque -para bien o para mal, no lo se- las buenas las socializo, pero de las malas, me hago cargo solo.
Ya lo hice ayer, pero siento la necesidad de volver a pedirles disculpas por no haber editado el diario del lunes 27 y sacar solo una "tapa" negra, con la leyenda RIVERGÜENZA.
Ustedes, amigos lectores, esperan cada día esa pequeña cuota de humor que a todos nos alegra un poquito la vida. Ustedes esperan esa mirada irónica de la realidad que nos permite sonreír frente a cosas que, bien miradas, en muchos casos serían para llorar o, al menos, para reventar de bronca.
Ustedes, amigos lectores, no tienen la culpa de que este escriba haya desoído el mandato paterno y no haya salido hincha de Racing, equipo al que llevaron a ver hasta los 10 años (fue la primera cancha a la que fui en mi vida a los 8 años), aún cuando desde los 6 años ya había elegido otra camiseta.
Allá por 1971, el fútbol, para mí, era blanco y negro, o gris, si usted prefiere; porque lo veía por la tele, en el único partido que transmitía Canal 7. Cuando a los 8 años, mi viejo me llevó por primera vez a la cancha (de Racing, insisto), al llegar a la cima de la escalera de entrada, lo que vi, la imagen que me quedó grabada de manera indeleble para toda la vida, fueron los colores. ¡¡¡El fútbol no era gris!!! Estaba lleno de colores, los colores de la ropa de la gente, de las banderas. El pasto no era gris oscuro, como en el televisor de mi casa. Era de un verde que me enamoró para siempre. Los chicos, los jóvenes, que conocieron el fútbol a través de la televisión color, no lo pueden entender. Para ellos el fútbol siempre fue en colores; nunca fue gris.
Ustedes, amigos lectores, tampoco tienen la culpa de que haya desoído también el mandato materno y no me haya hecho hincha de Boca. Aunque la blasfema de mamá haya jurado haya el último día de su vida que alguna vez, de chiquito, me vistió con la camiseta y los pantaloncitos azules y amarillos. Y hasta se animaba a decir que había fotos que lo demostraban. Pruebas que, por cierto, jamás pudo aportar.
Pero esa blasfema, antes que bostera, era madre. Y hacía fuerza siempre para que ganara River, porque sabía que yo iba a estar contento. Y hasta el último domingo antes de morirse, cuando había algún "lío" en la cancha, llamaba por teléfono a este terrible boludón de casi 50 años, para ver si estaba bien y si no estaba en medio del quilombo, o para avisarme que no saliera del estadio porque por la radio decían que afuera había tole tole.
Ustedes, amigos lectores, tampoco tienen la culpa que no haya seguido el mandato “abuelístico” y no me haya hecho hincha de San Lorenzo. Y aunque la abuela Dora era "cuerva", con todo su amor me tejió la bufanda de River cuando volvimos a salir campeones en 1975, después de 18 años. Bufanda que nunca había usado y que este domingo usé y llevé a la cancha por primera vez, por esa cuestión de apelar a cualquier cosa ante la desesperación. Quedate tranquila abuela. Lo que pasó no pasó porque la bufanda fuera mufa. Lo que pasó, pasó porque tenía que pasar y porque lo merecíamos.
Ustedes, amigos lectores, no tienen la culpa de que a los 6 años, "Tito" Díaz, el hijo del señor del micro que me llevaba al colegio en primer grado y que a veces manejaba la catramina, me haya preguntado de qué cuadro era y cuando le dije que de ninguno, me colgó de los pies, cabeza abajo, del pasamanos del bondi escolar y me haya dicho que hasta que no me hiciera de River no me bajaba, cosa que, obviamente, sucedió ipso facto.
Ustedes, amigos lectores, no tienen la culpa de que José María Aguilar sea el hijo de puta más grande de la historia del fútbol argentino ni de que Daniel Passarella haya hecho una mala lectura de algunas cuestiones y no haya podido -en un año y medio- sacar a River de la situación en que lo dejó Aguilar.
Definitivamente, de nada de todo esto son culpables los lectores de Currín. Y sin tener la culpa de nada, ayer se quedaron sin el diario.
Por eso, quise volver a pedirles disculpas.
Pero como además, muchos de ustedes no solo se quedaron sin la sonrisa que cada día les arranca o pretende arrancarles el diario sino que, además, compartieron mi dolor, mi tristeza, mi amargura y mi impotencia -aún teniendo puestas otras camisetas, incluso de la de Boca-, también tengo que decirles GRACIAS MIL.
La vida continúa. Currín On Line también.
A. S.
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