Editorial - Por Alberto Carlos Bustos, Director y Editor Responsable de Currín
En los últimos días he recibido críticas de parte de algunos que entienden que no guardamos en Currín y en algunas publicaciones y posteos hechos por este redactor en las redes sociales, el debido respeto a la memoria del fallecido fiscal Alberto Nisman. Trataré de responder a esas críticas con la misma buena intención con la que fueron hechas, pero también con la máxima claridad posible.
Para mí, los soretes son soretes. Vivos o muertos. Jamás fui de aquellos para los que una persona se transforma en buena solamente por el hecho de morirse.
Nisman era un canalla, un rastrero y servil lacayo que, habiendo jurado cumplir sus obligaciones constitucionales como fiscal de la Nación Argentina, iba a la embajada de Estados Unidos a pedir instrucciones y disculpas.
Nisman era un inoperante, que durante más de 10 años al frente de la UFI AMIA, no había logrado un solo avance serio en la causa, más allá de alguna esporádica operación para la gilada que duró, en cada caso, menos que un pedo en una canasta.
Nisman era un corrupto, que con el dinero que el Estado (todos nosotros) le asignaba para el funcionamiento de la Unidad Fiscal a su cargo, le pagaba 40 lucas por mes a un “asesor informático” del que no se conoce un puto trabajo que justificara el pago de esa suma; además, entre otras cosas, de contratar un asesor de imagen. Tan preocupados que se los ve a algunos políticos, periodistas y caceroludos opositores porque el Gobierno usa dinero del Estado para pagar Fútbol para Todos, 6-7-8 o planes sociales; sin embargo parece no molestarles tener que mantener con su plata a Lagomarsino o al asesor de imagen de Nisman. El gorilaje parece ser bastante selectivo a la hora del “Basta de mantener vagos”.
Para que quede claro, no me alegra la muerte de Nisman, como no me alegra la muerte de nadie, ni la de Videla, a quien le deseaba larga vida para que pudiera estar más años preso.
Pero tampoco me entristece, ni me consterna. Su muerte en sí misma me importa tres carajos. En todo caso, me podrán importar las consecuencias políticas de su muerte, que no es lo mismo.
¿Se entiende ahora muchachos, muchachas, muchachotes y muchacho... muchachas grandes?
NO RESPETO A NISMAN NI VIVO NI MUERTO, PORQUE YO NO RESPETO A SORETES, con perdón de aquellos que estén comiendo al momento de leer esto.