Editorial - Por Soledad Sganga
Muchos van a misa, son religiosos practicantes, se confiesan, comulgan, invocan a su Dios dependiendo su religión. Todos los días con el Cristo en la boca. Algunos se han olvidado que ese mismo Cristo era el que defendió a María Magdalena. Se llenan la boca con sus sermones de moral. Moral que se les olvida cuando al ver a algún extranjero se han atrevido a decir “inmigrante de segunda”.
La mayoría de ellos son descendientes de
inmigrantes que nuestro país como siempre recibió con los brazos abiertos en la
época de guerra y postguerra. Y ya en ese tiempo, a los españoles, italianos,
los llamaban la chusma marina. Hoy se los considera inmigración de primera.
¿Por qué si está establecido en nuestro
Preámbulo -“y
asegurar los beneficios de la libertad para nosotros, para nuestra posteridad,
y para todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino:
invocando la protección (sic)
de Dios, fuente de toda razón (sic)
y justicia”- se
horrorizan tanto? Del boliviano, del paraguayo, del peruano se quejan y sin
embargo lloran por la imagen que siempre existió solo que ahora recorrió el
mundo de un niño muerto.
Se lo llora porque está lejos, porque supuestamente no los
toca, porque siempre es mejor hacer de cuenta que antes que ser. Ayer fue la chusma marina, hoy son los inmigrantes de
segunda… Que la Argentina es un colador.
Olvidando que muchos, cuando se produjo la debacle de 2001,
muchos eligieron irse, se fueron a Estados Unidos, España, Italia, donde
mientras nos abrían la puerta nos escupían.
En busca de un futuro supuestamente mejor, se fueron
algunos mandados por un ministro de economía a lavar los platos, otros se
fueron a realizar trabajos que aquí en su patria les era deshonroso. A muchos
les habrá ido bien y han sentado sus bases allá, pero muchos regresaron luego
de unos años porque nuestra patria abría los brazos nuevamente.
Lo mismo les sucedió a los hermanos de los países
limítrofes. La mayoría se encuentra trabajando en tareas en las cuales de muy
difícil encontrar un argentino. La construcción, la cosecha, verdulerías,
orientales en supermercados. Y esos son los vagos. Cuando vemos todos los días
que trabajan de sol a sol, realizando un sacrificio que muchos de nosotros no
estamos dispuestos a hacer.
Ahora el mundo horrorizado por una imagen de un niño que
representa las 25.000 muertes en los últimos 15 años. Los países de la UE
cerrando sus fronteras, colocando muros, rejas con una hospitalidad sumamente
escasa. Con una xenofobia a flor de piel.
Los mal llamados países del primer mundo tuvieron que tener
esa imagen frente de sí mismos para que simulen tener alguna reacción. Mientras
hacen de cuenta que son solidarios, se están pasando la papa caliente de un
país a otro. Tal como pasó en la época de entre guerra y post guerra. Todos
espantados pero nadie los quería.
La hipocresía en estos días asquea hasta el hartazgo. Todos
lloran, conmoción mundial, pero mejor los mantenemos lejos. Por negros, por
locos, por terroristas, por grandes. Somos todos iguales, con los mismos
derechos, las mismas obligaciones, los mismos sueños, los mismos deseos. No importa ni el color de la piel, ni la procedencia, ni el
idioma. Somos todos iguales, nacemos y morimos, todos.
Las costas del mediterráneo ya no son lo que eran. Las
manos de los altos mandos de la UE, EE.UU. y OTAN están manchadas de sangre. El
mediterráneo se convirtió en una suerte de mezcla entre el mar muerto y mar
rojo.
Mientras tanto, siempre es mejor evidentemente mirar para
afuera para llorar y conmoverse antes que mirar hacia nuestro lugar y evitar
ver talleres clandestinos incendiados, balcones que se caen, etc.
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