Por Alfredo Zaiat, para Página/12
Un grupo importante de economistas cree que integra el olimpo de la sabiduría y que sus errores son insignificantes en comparación con sus valiosos aportes, respaldados por decenas de ecuaciones matemáticas y soporte estadístico.
El lugar de Atenea de la modernidad lo arrebataron a fuerza de imponer un supuesto saber neutral respaldado por resultados numéricos de bases econométricas. Privilegio concedido por políticos subordinados a tecnocracias, con una sociedad sometida diariamente a padecer la economía del miedo.
Por eso tienen el privilegio que otras profesiones carecen. No son castigados por sus errores con efectos negativos en el comportamiento de la economía y, por lo tanto, en el bienestar de la población. Los médicos que se equivocan en el diagnóstico en forma reiterada con el consiguiente desacierto en el tratamiento reciben el rechazo de colegas y pacientes.
Pocos yerros se perdonan en la ciencia médica como en cualquier otra disciplina científica. La mala praxis provoca el ostracismo de su expositor. No sucede lo mismo con una secta mayoritaria de economistas que, abrumando con bases estadísticas, procesan probabilidades mediante métodos matemáticos para postular buenas o malas políticas económicas.
Así se erigen en portadores de una verdad técnica absoluta para ser aplicada por los gobiernos sin margen para cuestionarla. Quienes se atreven a hacerlo son criticados por querer negar la ley de la gravedad, confundiendo una ciencia exacta con la economía política. Los sucesivos fiascos serían un llamado de atención pero la humildad no es una de sus cualidades, además de contar con un impresionante dispositivo de protección integrado por empresas, bancos, universidades y medios de comunicación. Por eso persisten con soberbia en el error con consecuencias muy dañinas para los sectores vulnerables.
El fraude más reciente fue una investigación de un par de reconocidos economistas cuyo resultado fue tomado como eje rector de la política económica para países europeos. El caso sería sólo impactante en el mundillo académico si no fuera que se constituyó en una de las principales ideas de la base argumental para aplicar la devastadora estrategia de austeridad.
El ex economista jefe del Fondo Monetario Internacional y actual profesor de la Universidad de Harvard, Kenneth Rogoff, y Carmen Reinhart, también profesora de Harvard y ex integrante del departamento de investigación del FMI, presentaron el trabajo Growth in a Time of Debt (“El crecimiento en épocas de endeudamiento”) en la Asociación Económica Estadounidense.
La conclusión de esa investigación que analiza la evolución histórica de la economía de veinte países fue que el crecimiento disminuye en forma abrupta cuando la deuda pública representa más del 90 por ciento del Producto Interno Bruto.
El resultado de la investigación se convirtió rápidamente en guía dominante de las medidas de ajuste fiscal. El debate político en Europa y Estados Unidos sobre la magnitud de los recortes del gasto público, concentrado en el área social y el empleo, y de los derechos laborales tuvo a esa investigación como principal justificativo.
Quienes criticaban el ajuste eran enfrentados a la contundencia del saber técnico de Rogoff y Reinhart, con reputación en el universo de economistas por sus credenciales en el FMI y por haber escrito un reconocido libro sobre la historia de las crisis financieras. El último trabajo de Rogoff y Reinhart se difundió a comienzos de 2010 en el momento en que se discutía la situación crítica de Grecia, su impacto en el resto de la zona del euro y la persistencia del estancamiento de la economía estadounidense por la obsesión de la austeridad.
Una posición en minoría planteaba que era mejor aumentar la deuda para estimular el crecimiento y así salir de la recesión. La otra, con amplio apoyo de las corrientes conservadoras, proponía bajar el gasto y aumentar los impuestos para frenar el incremento de la deuda. La conclusión de la investigación era que el endeudamiento elevado derrumba el crecimiento actuando así de disuasivo a las propuestas expansivas. Era la prueba incuestionable surgida del ámbito científico para mostrar que la austeridad era el mejor camino.
Un pequeño detalle la desmoronó. Los resultados de la investigación estaban mal. Eran un fiasco. La evidencia empírica que mostraba era a partir de datos incorrectos. La historia es increíble por la liviandad que se maneja ese mundo revestido de seriedad académica con gran influencia en la vida cotidiana de la población.
El estudiante Thomas Herndon, de la Universidad de Massachusetts Amherst, eligió la investigación de Rogoff y Reinhart para cumplir con la tarea encomendada por su profesor de elegir una publicación académica y tratar de replicar sus conclusiones con una base de datos de acceso público.
Durante todo el semestre trató de cumplir con esa misión, sin éxito. Como era un estudiante, y Rogoff y Reinhart dos economistas de prestigio de Harvard, lo más probable era que él estuviera equivocado.
Su profesor, Michael Ash, pensaba lo mismo. Le insistía con que encontrara su error. Pero no había caso. Herndon ponía todo su esfuerzo en revisar el material para alcanzar el objetivo y no lo lograba.
Tanta persistencia provocó la curiosidad del profesor Ash, quien convocó a uno de sus colegas, Robert Pollin, y comenzaron a involucrarse en el tema. Le propusieron a su alumno que continuara con la tarea. Herndon le escribió a Rogoff y Reinhart, y luego de una serie de intercambios, recibió la hoja de cálculo (el Excel) con la base de datos que utilizaron los profesores de Harvard para arribar a la conclusión de la investigación.
El Excel estaba mal elaborado. Había por lo menos tres graves errores detectados por los dos profesores con su alumno, a saber:
1. Rogoff y Reinhart habían incluido sólo 15 de los 20 países bajo análisis en su cálculo clave sobre el crecimiento promedio del PIB en los países con deuda pública alta. Por “error” no estaban considerados Australia, Austria, Bélgica, Canadá y Dinamarca. Exclusión que alteró el resultado final, aumentando así el impacto de la magnitud de la deuda pública en el crecimiento. Con todos los datos incorporados al Excel, en lugar de caer, la tasa de crecimiento se mantiene positiva. O sea, el saldo era el opuesto a la conclusión presentada por Rogoff y Reinhart.
2. Para otros países, algunas cifras ni siquiera habían sido incluidas. Rogoff y Reinhart explicaron ante el cuestionamiento que estaban reuniendo las cifras paso a paso, y que cuando presentaron el ensayo en la conferencia no había cifras disponibles de buena calidad sobre Canadá, Australia y Nueva Zelanda tras la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, excluyeron períodos de crecimientos de Nueva Zelanda con un ratio deuda/PBI superior al 90 por ciento.
3. También realizaron promedios sesgados. Por ejemplo, un año malo para un país pequeño como Nueva Zelanda tuvo el mismo peso que los casi 20 años de Reino Unido con una deuda pública elevada.
Es interesante la respuesta de defensa de Rogoff y Reinhart cuando se difundió Does High Public Debt Consistently Stifle Economic Growth? (“¿La elevada deuda pública ahoga el crecimiento económico?”) de Herndon, Ash & Pollin que refuta la investigación: “Es aleccionador que se nos haya escapado semejante error en uno de nuestros ensayos a pesar de nuestros mejores esfuerzos para ser cuidadosos consistentemente. Redoblaremos nuestros esfuerzos para evitar errores semejantes en el futuro. No creemos, no obstante, que este error desafortunado afecte de ninguna manera significativa el mensaje central del ensayo ni de nuestro trabajo subsiguiente”.
La polémica siguió creciendo hasta llegar al Premio Nobel Paul Krugman, que al cuestionarlos en un artículo en The New York Times planteó el deseo que ese tipo de economistas se baje del pedestal. Anteayer, en el mismo diario, Rogoff y Reinhart hicieron el descargo en un extenso artículo minimizando sus errores y culpando a “los políticos” por el uso que hicieron de la conclusión de la investigación.
Economistas como dioses de la sabiduría, Atenea de la modernidad en la máxima expresión de soberbia avalada por intereses políticos, económicos y financieros de minorías privilegiadas. Se equivocaron, ocultaron datos para forzar postulados que sirvieron como soporte de las políticas de austeridad, son descubiertos por un alumno y un par de profesores que mostraron en detalle el fiasco de la investigación, y la respuesta de Rogoff y Reinhart fue que pese a todo ellos siguen teniendo razón.
La mala praxis de este tipo de economistas no es aislada. Registra otros casos similares, entre los más conocidos se encuentra el fallido de la curva de Laffer para justificar la baja de impuestos a los ricos durante la administración Reagan en la década del ’80. O cuando el año pasado los economistas Blanchard y Leigh, del FMI, tuvieron que admitir que los ajustes fiscales propuestos en las economías europeas tuvieron un impacto negativo más fuerte que el previsto.
Todos ellos poseen una ventaja sobre el resto de las profesiones. La mala praxis de economistas tiene impunidad. La impunidad del poder.
No hay comentarios:
Publicar un comentario