La mayoría de los legisladores del sector volverá a la actividad privada. Intentos por permanecer y el ranking del silencio.
Atilio Benedetti, Estela Garnero, Hilda Ré, Jorge Chemes,
Juan Casañas, Lucio Aspiazu, Pablo Orsolini, Ricardo
Buryaile y Ulises Forte. Los agrodiputados se van
sin pena ni gloria.
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Las noticias pueden resultar engañosas. Alfredo De Angeli anunció la semana pasada su candidatura a senador para las próximas elecciones. Y la Mesa de Enlace, fracturada y todavía mal herida, amenazó con detener la comercialización de la cosecha de soja.
El resurgimiento del mundo agro en la agenda mediática, sin embargo, esconde otro hecho: la despedida, a fin de año, de los llamados "diputados del campo". Un largo adiós entre la frustración, el desánimo y algunos intentos por permanecer.
Pablo Orsolini, ex vicepresidente de Federación Agraria, tiene claro que se vuelve a Villa Angela, Chaco. "En política no voy a continuar. No voy a volver a presentarme", asume. Aunque seguirá ligado a la entidad rural que hoy comanda Eduardo Buzzi. Orsolini puede, así y todo, a pesar del ciclo cumplido, decir que apoyó una de sus metas: el proyecto que regula la compra de tierras por parte de extranjeros ("si bien no se aprobó mi proyecto fue uno que terminó siendo bastante similar", analiza). Su anhelo para los meses que le quedan es que se apruebe en la Cámara una ley que le dé un marco a los arrendamientos rurales. O que le presten atención a su propuesta para recrear una Junta de Granos, moderna. Aunque, tal vez, sea mucho pedir.
Para el correntino Lucio Aspiazu el balance es malo. "No estoy con ganas de continuar. Fue muy duro. En definitiva laburamos como perros, el llamado Grupo A no se pudo poner de acuerdo por miserias humanas, y después vinieron dos años con mayoría absoluta del gobierno donde los proyectos que presentábamos iban al cajón". No es, por cierto, su único sinsabor. Tiempo atrás, desobedeció la indicación partidaria de la Unión Cívica Radical de aprobar la expropiación de YPF y, por unas semanas, se especuló con una sanción. Aspiazu, el único legislador que votó en contra, sostuvo que no respetaba la Constitución.
Ricardo Buryaile llegó desde Confederaciones Rurales Argentinas, donde secundaba a Mario Llambías (que no pudo obtener un lugar en la Cámara con el derrumbe de la Coalición Cínica). Consiguió que lo nombraran presidente de la Comisión de Agricultura. Y todavía es secretario de la jefatura de bloque de la Unión Cívica Radical. Pero es casi imposible que pueda quedarse donde está. Para eso necesitaría sacar, en un cálculo previo, el 35% de los votos en Formosa. Ni siquiera tiene claro si va a intentarlo. Muchos más lejos está su sueño de llegar a 2015 con posibilidades de disputarle la gobernación a Gildo Insfrán.
Al 2013 electoral todavía le quedan meses más calientes: los de las internas, las roscas y los cierres de listas. Una parte de los diputados rurales espera las definiciones con expectativas, pero sin mucha fe. "Mire, yo estoy conversando con el radicalismo. Y con algunos otros partidos. No tengo nada definido, ni certero. Veremos. Si no, me iré a trabajar al campo, no me queda otra", se resigna Jorge Chemes, de Entre Ríos. "La falta de experiencia no dejó que veamos las chicanas, los detalles con los que se maneja la política en el Poder Legislativo. Se han logrado proyectos, pero no en la magnitud de las expectativas que se tenían en 2009", analiza.
A Ulises Forte le pasa algo parecido. Llegó a la Cámara gracias a la fama que le dio el conflicto agropecuario de 2008 como vice de la Federación Agraria, a pesar de haber militado toda su vida en la UCR. Pero su futuro es incierto. "Estamos muy lejos de la fecha. La decisión no está tomada. Pero en octubre me veo trabajando con toda fuerza a nombre propio, o apoyando a algún amigo", avisa.
El que podría tener más chances es Juan Casañas, que, además de diputado, debutó años atrás como candidato a vicegobernador de Tucumán. Parece haber quedado bien parado en la interna. Y no son pocos los que descuentan que tendrá un lugar en las listas (aunque eso tampoco sea un ticket de ingreso).
De Estela Garnero, se sabe poco. Que está alineada con el gobernador José Manuel de la Chota. Que, según un relevamiento de la revista digital Parlamentario, en 2010 no pronunció una palabra durante las sesiones. Que en 2011 deletreó diez. Y que el año pasado, en ascenso, le contaron 12.
No es el único caso. A Hilma Ré, que le toca lidiar con el delicado presente de la Coalición Cínica, también le costó arrancar: al igual que le pasó a Jorge Chemes, durante 2010 enmudeció durante las sesiones. Si hasta a Atilio Benedetti, también de Entre Ríos, y viejo empresario agroindustrial de Entre Ríos, le ocurrió eso mismo. Y eso que Benedetti, a estas horas, es el único que, se supone, tiene un lugar asegurado en las boletas de los próximos comicios.
Pedir la palabra no es todo en la vida parlamentaria, por cierto. Pero puede que diga algo. Algo acerca de un fenómeno que surgió fuerte, de forma explosiva, cuatro años atrás. Y que ahora parece desinflarse, lentamente. No en un silencio absoluto. Pero sí con un silbido pequeño. Bien bajito.
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