El 1º de marzo, un hombre de 35 años murió electrocutado en la 31 Bis. Según sus vecinos, la ambulancia recién llegó a los 50 minutos del primer llamado. Hace un año, hubo un caso idéntico de muerte por discriminación en ese barrio.
A más de dos mil metros de la estación Retiro, orillando hacia el norte las vías de un tren con aire acondicionado, se erige uno de los últimos parajes del conglomerado urbano que alberga a más de 70 mil personas.
En esa comunidad, la Villa 31 y 31 bis, se vive con caños cloacales rotos, sin el servicio de luz que goza la mayoría de los porteños, dependiendo de la electricidad para calentarse en invierno porque el gas, sencillamente, no llega.
Esa llanura precaria, heredera de la tierra que amó el padre Carlos Mugica, tiene, como otras villas, un promedio de casi cinco miembros por hogar, mientras que en el resto de la ciudad ese número desciende a tres.
Aún sabiendo de aquella densidad de población -son datos de la Sindicatura General de la Ciudad de Buenos Aires-, conociendo que se multiplican las necesidades básicas de salud, sabiendo del peligro continuo por un tendido eléctrico riesgoso, las ambulancias del Same no llegan a tiempo; a veces ni entran. Y la gente se muere. Esperando.
El viernes 1º de marzo, otro hombre falleció aguardando asistencia médica. Según varios vecinos de la villa, los profesionales del Sistema de Atención Médica de Emergencia (SAME) llegaron casi 50 minutos después del primer llamado.
Mientras, a Gustavo Maldonado -35 años, cinco huérfanos, una viuda- se le fue apagando la vida en la vereda del destacamento policial de la avenida Ramón Castillo, que depende de la seccional 46ª, donde lo había llevado un vecino en moto.
En cualquier momento Macri devuelve el SAME.
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