Reflexiones sobre la nota que Pablo Sirven -hoy editor de La Nazión- escribió para el diario Convicción, en 1982, sobre la comunicación durante la guerra de Malvinas.
Massera era el hombre que disponía sobre la vida y la muerte en la ESMA y quien manejaba el grupo de tareas que funcionaba en esa escuela de Suboficiales. Miles de personas pasaron por la Escuela de Mecánica de la Armada. Hoy, sus paredes, convertidas en memoria, aún contienen los gritos de las mujeres embarazadas y ultrajadas que dieron a luz en ese lugar a los niños que les serían arrebatados al nacer, en un plan sistemático de apropiación de bebés, para escalofrío de la historia.
Daniel Muchnik, periodista del diario Clarín, fue secretario de redacción de Convicción. En una nota fría y sincera publicada por el diario Perfil, cuenta sin pasión: “Fui secretario de redacción, a cargo de la sección Economía, del diario Convicción, gran parte de 1981 y algunos pocos meses de 1982, porque dejé ese diario para retornar a Clarín, donde había trabajado entre 1976 y 1980. Cuando regresé al matutino de la calle Tacuarí se estaban produciendo allí cambios significativos. Clarín, de gran presencia popular, dejaba de ser un periódico estrechamente ligado al movimiento desarrollista para pasar a la categoría de empresa de medios o de centro neurálgico de un poderoso grupo dedicado a la comunicación gráfica, radial y televisiva. A nivel nacional y continental”. Y continúa: “Con los años comprobé, no sin sorpresas, la existencia de denuncias de sobrevivientes de la ESMA que declararon haber trabajado en los talleres gráficos de Convicción como mano de obra esclava. Carlos García, es el caso, declaró que él, junto con otros dos prisioneros (uno de ellos, Alfredo Margari), eran llevados a los talleres del diario, en la calle Hornos 289, donde se los incorporaba a la diagramación, armado y películas de las futuras páginas”.
Es interesante la nota de Daniel Muchnik porque muestra las distancias entre los unos y los otros y reabre la pregunta, no respondida del todo aún, sobre la responsabilidad social frente a la última dictadura militar.
¿Es reprochable que un periodista haya trabajado durante la dictadura sin compromiso ni postura crítica? Tal vez no del todo, cada cual sabe hasta dónde y por qué debe arriesgar su pellejo. Ahora la otra pregunta es: ¿cuán tolerable es que un periodista escriba en el diario de uno de los más brutales represores y exponente claro del armado militar de la última dictadura militar como lo fue Massera?
Sigue revelando Muchnik: “La relación de Convicción con la Marina y el proyecto político de Emilio Massera era un 'secreto' a voces conocido por todos los periodistas de aquel enorme depósito en la calle Hornos al 200, en el barrio de Barracas, donde se lo redactaba, imprimía y despachaba. Desde su conducción no se reivindicaba ese vínculo pero tampoco se lo ocultaba. Estaban al mando de su orientación Hugo Ezequiel Lezama, quien se había destacado en el mundo de las revistas semanales; el crítico de cine Héctor Grossi; el politólogo Jorge Castro, y Mariano Montemayor, conocido divulgador de los idearios nacionalistas y desarrollistas y hermano de un alto oficial de la Marina”.
El actual secretario de redacción del diario La Nazión, medio que tampoco está identificado con la lucha por los derechos humanos, fue colaborador de Convicción. Según él mismo lo argumentó en su cuenta de Twitter: “En mi CV público nunca lo oculté. Hice 20 colaboraciones de espectáculos y medios junto a staff de lujo. Nunca pertenecí a la redacción ni sabía cuando empecé que era de la Marina".
Sin quitarle credibilidad a las palabras tuiteadas por Sirven, el planteo es sobre el contenido de la nota misma que escribe el periodista en el año 1982 en plena guerra de Malvinas: “frente a la acción psicológica desarrollada por el Reino Unido –cuya veteranía en esas lides es bien conocida–, el gobierno militar, sin experiencia práctica en el tema, tuvo que salir a los ponchazos a ganar la batalla informativa. Los resultados se asemejan a los de las armas: con recursos menores evidentes, nuestro país está demostrando que también se sabe imponer en el difícil campo de los mass media”.
Continúa escribiendo Sirvén: “los medios trabajan con relativa comodidad y generan un gran caudal informativo, al cual se le presta mayor atención en el exterior, así como también a los comunicados oficiales, tan lejos del panfletismo y sumamente mesurados cuando se refieren a los triunfos de nuestras armas”, para concluir sorprendentemente: “La Argentina no tiene nada que ocultar. Sus informaciones deben ser tan cristalinas como su causa...”. La nota se titula: “Sobria y veraz, la Argentina gana la guerra de informaciones”.
Este material adulador de la junta militar fue escrito por el periodista Pablo Sirven y publicado el miércoles 26 de mayo de 1982.
Ya hacía cinco años que Rodolfo Walsh había sido asesinado en un combate desigual donde se encontró él solo frente a todos sus verdugos; era la tarde del 25 de marzo de 1977 y una ráfaga de ametralladora lo dejó moribundo. Se lo llevaron, aún continúa desaparecido.
En 1982, ya hacía 9 años que Francisco “Paco” Urondo había escrito desde la cárcel de Devoto: "Del otro lado de la reja está la realidad, de este lado de la reja también está la realidad; la única irreal es la reja; (...) Aunque parezca a veces una mentira, la única mentira no es siquiera la traición, es simplemente una reja que no pertenece a la realidad”.
A los cuarenta y seis años, el 17 de junio de 1976, Urondo murió en Mendoza, a manos de fuerzas conjuntas de la Policía y el Ejército.
Seis años antes de ese 1982, el 24 de agosto de 1976 los militares irrumpieron en la casa del periodista y escritor Juan Gelman. Pero Gelman ya se había marchado, exiliado. En su lugar, los militares se llevaron a su hijo Marcelo y a su esposa, María Claudia García, embarazada. Juan Gelman, poeta mundialmente reconocido, sigue con su dolor a cuestas. Su nieta, Macarena Gelman, fue recuperada.
Los nombres de Walsh, Urondo y Gelman no son casuales. Fueron periodistas comprometidos con un pueblo sometido por una dictadura sangrienta.
Al mediodía del 25 de marzo de 1977, la Carta abierta a la Junta Militar firmada por Rodolfo Walsh, llegaba por correo a las redacciones de los diarios argentinos y decía entre sus líneas: “Quince mil desaparecidos, diez mil presos, cuatro mil muertos, decenas de miles de desterrados son la cifra desnuda de ese terror. Colmadas las cárceles ordinarias, crearon ustedes en las principales guarniciones del país virtuales campos de concentración donde no entra ningún juez, abogado, periodista, observador internacional. El secreto militar de los procedimientos, invocado como necesidad de la investigación, convierte a la mayoría de las detenciones en secuestros que permiten la tortura sin límite y el fusilamiento sin juicio... Más de siete mil recursos de hábeas corpus han sido contestados negativamente este último año. En otros miles de casos de desaparición el recurso ni siquiera se ha presentado porque se conoce de antemano su inutilidad o porque no se encuentra abogado que ose presentarlo después que los cincuenta o sesenta que lo hacían fueron a su turno secuestrados... De este modo han despojado ustedes a la tortura de su límite en el tiempo”.
Cinco años, dos meses y un día después Pablo Sirvén escribía en Convicción esa nota elogiosa sobre la labor comunicacional de la junta militar en la guerra por las Malvinas.
Los unos y los otros.
(*) El reemplazo de la letra c por la letra z al mencionar al diario La Nazión corre por cuenta de la redacción de Currín On Line y no de la autora de la nota.
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