El novelista peruano vuelve a opinar sobre política y economía global en un texto que publicó La Nación. Desde allí asegura que hay una sola solución a la crisis europea: entregarse a los mercados.
Vargas Llosa lleva la voz cantante del sector social más beneficiado. A la hora de elaborar justificaciones para diferentes políticas, la voz del escritor se eleva a las alturas y desciende como una verdad revelada, como una sentencia única. Intenta ser una suerte de intelectual orgánico del sector.
Ahora, Vargas Llosa intenta explicar la crisis europea y lejos de los debates, asegura que hay una sola solución; como si en economía o en política no hubiera discusiones y estrategias diferentes con pertenencias ideológicas diversas. El escritor no plantea ninguna alternativa, sólo hay una respuesta para enfrentar la crisis y es el ajuste.
Al mismo tiempo, en un abuso insólito, comparó a los mercados con la ley de gravedad, como si el funcionamiento de los mismos fuera natural como la caída de una manzana. Una legitimación tan pedestre del liberalismo y el absolutismo de mercado, funcional a los intereses de las grandes corporaciones financieras que manejan los mercados casi a su antojo, sólo puede provenir de alguien que trabaja para dichos intereses.
Dice Vargas Llosa: "Salir de la crisis va a significar drásticas reformas y enormes sacrificios de los que las medidas que acaba de tomar el gobierno español de Rodríguez Zapatero son sólo el primer paso. No hay que engañarse: no hay otra solución. El mal está hecho y ahora sólo cabe corregirlo, atacando la raíz. Lo peor es que la situación actual es propicia para que germine la demagogia y la sinrazón del eslogan, y el lugar común y el estribillo prevalezcan sobre las ideas y el análisis realista. 'No hay que rendirse a los mercados' es una frase acomodaticia que circula últimamente por doquier. Tampoco hay que rendirse a la ley de gravedad, por supuesto, y rebelarse contra ella ha dado algunos excelentes poemas. Volver la espalda a los mercados, me temo, no producirá buena literatura, pero sí, es seguro, empeorará la crisis y acabará por destruir todo el progreso económico alcanzado por los países europeos en los últimos años. Eso lo saben todos los políticos, de izquierda y de derecha, pero no se atreven a decirlo, o lo dicen con tantos remilgos que nadie les cree. La excepción son aquellos grupos extremistas, felizmente por ahora todavía marginales, que quisieran resucitar a Lenin o a Mao, y que, sin que se les caiga la cara de vergüenza, dicen que la Cuba de Fidel Castro ha hecho feliz al pueblo cubano".
En ese párrafo, Vargas Llosa también cae en el maniqueísmo: el mercado o el comunismo. Una falsa dicotomía que se puede refutar fácil con no pocos ejemplos de países con fuertes Estados de bienestar, y con sobradas teorías económicas que pueden mostrarle al escritor que no todo es Adam Smith versus Karl Marx.
Para Vargas Llosa existe una sola verdad, la que impone el mercado, como si éste fuera un ente autónomo y natural y no un lugar de encuentro de fuerzas manejadas por intereses.
Hacia el final de su texto, el escritor peruano agrega: "Como que en esta época, de globalización económica, una alianza o federación europea tiene mucho más oportunidades para competir con eficacia en la conquista de mercados -lo único que de verdad crea trabajo y produce riqueza- que un país aislado al que una crisis como la actual puede reducir de la noche a la mañana a la insolvencia. Y si la Unión Europea sobrevive, tal vez su ejemplo inspire a otras regiones del mundo, como América latina y el Africa, donde las divisiones tribales y nacionales han contribuido más que nada a enquistarlas en el subdesarrollo".
Otra vez, el mercado, como Dios, como única forma de salvación a todos los problemas, como respuesta a miles de situaciones complejas. El ajuste y el absolutismo de mercado, los dos amores de Vargas Llosa, un escritor que sustenta en el plano discursivo los intereses de quienes se ven beneficiados con la crisis.
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