(*) Por Aníbal Fernández, Jefe de Gabienete de Ministros de la Nación
La paja en el ojo ajeno o la viga en ojo propio
La paja en el ojo ajeno o la viga en ojo propio
Realmente la actitud es miserable, de alguien que ejerce un control. Además los que han trabajado en las cadenas de Murdoch te lo dicen, yo alguna vez hablé con un periodista del Wall Street Journal que ahora está bajo el imperio de los Murdoch, te dicen: “hay todo un sistema vertical muy fuerte de conocimiento de qué es lo que pasa”. Suelto de cuerpo, como si hablara de una cuestión que le es ajena por completo; como si se refiriera al mercado negro de diamantes en África, Nelson Castro, en Radio Mitre, denuncia el escándalo de las escuchas encargadas por News of the World, el diario sensacionalista inglés, sin aclarar que está hablando de: tráfico de información, escuchas ilegales y de connivencia del periodismo, el gobierno británico y Scotland Yard.
“Miserable”, se conmociona Nelson Castro al aire sin la menor vergüenza. Claro, él habla de algo que ocurre “en otro lado”? “allende los mares”, como diría el poeta? Si hasta pareciera –por el tono– que este periodista describe una situación ajena a nuestra realidad, a nuestro hoy, a nuestra cotidianeidad, ignorando olímpicamente que aquí, en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, a cuadras de donde él hace su encendido ataque a Rupert Murdoch, el año pasado se descubrió un caso similar (por no decir igualito) que no sólo no inflamó las prístinas conciencias de comunicadores y periodistas sino que fue diluido, encubierto, ocultado por los principales medios de comunicación del monopolio al que Nelson Castro responde, incluyendo al propio Nelson Castro, claro está.
Porque si Murdoch es un “miserable” por mandar a espiar a estrellas deportivas (Paul Gascoigne, la star del fútbol británico rompió con todos sus amigos pensando que eran ellos los que filtraban su condición de adicto al alcohol y las drogas, sin saber que sus comunicaciones telefónicas eran escuchadas para obtener títulos escandalosos para las tapas del News of the World), ¿qué es Mauricio Macri, jefe de gobierno de la Ciudad, mandando a pinchar los teléfonos de una de las víctimas de la voladura de la AMIA para conocer sus pasos?
Si Sir Paul Stephenson, jefe de Scotland Yard, tuvo que renunciar al ser acusado de no investigar lo suficiente, debido a sus vínculos con los directivos del periódico en cuestión y tuvo que presentarse a declarar ante el Comité de Medios de Comunicación de la Cámara de los Comunes, ¿qué pasó con Silvana Giudici, diputada nacional de la UCR por la Ciudad Autónoma de Buenos Aires que preside la Comisión de Libertad de Expresión, que no exigió públicamente que el “Fino” Palacios, destituido jefe de la Policía Metropolitana (de vestuario parecido a Scotland Yard, pero con otro tipo de capacidades), se presentara a declarar ante la Cámara de Diputados de la Nación?
¿Cómo puede ser que David Cameron, primer ministro inglés, se haya tenido que presentar ante la Cámara de los Comunes para dar explicaciones por haber cometido el error de contratar a Andy Coulson –director de News of the World en los momentos de las escuchas– como vocero y nadie le haya pedido a Macri que asuma su responsabilidad por haber hecho ingresar al espía Ciro James a través del Ministerio de Educación de la Ciudad? ¿Qué ocurre que ni Nelson Castro ni ninguno de los “editorialistas” de los medios concentrados se pronunció sobre lo que pasa “en los países serios” (como les gusta decir a ellos) y sobre este circo de globos de colores y escuchas telefónicas que ha montado el actual jefe de gobierno en connivencia con otro crápula de los medios de comunicación, Héctor Magnetto, una especie de Rupert Murdoch, pero berreta?
¿Qué está pasando en el periodismo argentino que los que hasta no hace mucho “adoraban” a Carl Bernstein, uno de los dos periodistas de The Washington Post que más contribuyeron a desenredar la madeja del Watergate (un caso, también, de escuchas que le costó la presidencia a Richard Nixon), hoy, ante el espionaje que realizó el jefe de la Ciudad Autónoma, miran para otro lado o, lo que es peor, lo “justifican” ridiculizando a quienes han sido víctimas de ese delito? Finalmente, ¿qué pasa que ignoran a la prensa internacional –siempre un ejemplo para esas noticias donde la Argentina sale perjudicada–, que publica los casos de escuchas en nuestro país y en Colombia (el famoso affaire “chuza- DAS” llamado así por las escuchas a personalidades políticas opositoras a Uribe que fueron realizadas por el Departamento Administrativo de Seguridad, DAS), como antecedentes de este escándalo que conmueve al Reino Unido? ¿Qué pasa que no se llenan la boca citando la página de la BBC, donde Mauricio Macri aparece implicado en una “asociación ilícita” y se lo acusa de formar “parte de una red ilegal de espionaje dirigida desde el gobierno de la capital”?
¿Dónde está Beatriz Sarlo y su cohorte de adulones, siempre atentos a lo que publica la agencia británica, tanto en su home londinense como en su versión Mundo, en español y para el mercado de América Latina? ¿Cómo ninguno de estos fiscales de la moral política se desgarró sus hipócritas vestiduras de honestidad y mandó a crucificar a Macri y a la banda de la locademia de espías? El grado de cinismo, complicidad, genuflexión a poderes concentrados y falta de profesionalidad que demuestran Nelson Castro y todos los “Nelson Castro” del periodismo argentino son apenas la punta del iceberg de una profesión que está profundamente corrompida por el dinero, el chantaje y la falta más absoluta de moral y de ética.
Murdoch ha declarado; la directora del News of the World, Rebekah Brooks, fue detenida; el primer ministro David Cameron tuvo que hacerse responsable de sus errores ante el Parlamento y otros diarios ingleses, como The Guardian, fueron los encargados de terminar con esta denigración, coacción y negocios a cualquier costo que representaba el tabloide inglés.
Eso en Inglaterra. Porque por estos lados, la prensa canalla sólo parece ver la paja en el ojo ajeno sin observar la viga en el propio.
Si Rupert Murdoch es un “miserable”, como sostiene Nelson Castro (y como yo creo que en verdad lo es), falta solamente que este periodista y muchos otros, a la luz de lo que pasa delante de sus propias narices con Mauricio Macri en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, se pregunte: “¿Y por casa cómo andamos?
“Miserable”, se conmociona Nelson Castro al aire sin la menor vergüenza. Claro, él habla de algo que ocurre “en otro lado”? “allende los mares”, como diría el poeta? Si hasta pareciera –por el tono– que este periodista describe una situación ajena a nuestra realidad, a nuestro hoy, a nuestra cotidianeidad, ignorando olímpicamente que aquí, en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, a cuadras de donde él hace su encendido ataque a Rupert Murdoch, el año pasado se descubrió un caso similar (por no decir igualito) que no sólo no inflamó las prístinas conciencias de comunicadores y periodistas sino que fue diluido, encubierto, ocultado por los principales medios de comunicación del monopolio al que Nelson Castro responde, incluyendo al propio Nelson Castro, claro está.
Porque si Murdoch es un “miserable” por mandar a espiar a estrellas deportivas (Paul Gascoigne, la star del fútbol británico rompió con todos sus amigos pensando que eran ellos los que filtraban su condición de adicto al alcohol y las drogas, sin saber que sus comunicaciones telefónicas eran escuchadas para obtener títulos escandalosos para las tapas del News of the World), ¿qué es Mauricio Macri, jefe de gobierno de la Ciudad, mandando a pinchar los teléfonos de una de las víctimas de la voladura de la AMIA para conocer sus pasos?
Si Sir Paul Stephenson, jefe de Scotland Yard, tuvo que renunciar al ser acusado de no investigar lo suficiente, debido a sus vínculos con los directivos del periódico en cuestión y tuvo que presentarse a declarar ante el Comité de Medios de Comunicación de la Cámara de los Comunes, ¿qué pasó con Silvana Giudici, diputada nacional de la UCR por la Ciudad Autónoma de Buenos Aires que preside la Comisión de Libertad de Expresión, que no exigió públicamente que el “Fino” Palacios, destituido jefe de la Policía Metropolitana (de vestuario parecido a Scotland Yard, pero con otro tipo de capacidades), se presentara a declarar ante la Cámara de Diputados de la Nación?
¿Cómo puede ser que David Cameron, primer ministro inglés, se haya tenido que presentar ante la Cámara de los Comunes para dar explicaciones por haber cometido el error de contratar a Andy Coulson –director de News of the World en los momentos de las escuchas– como vocero y nadie le haya pedido a Macri que asuma su responsabilidad por haber hecho ingresar al espía Ciro James a través del Ministerio de Educación de la Ciudad? ¿Qué ocurre que ni Nelson Castro ni ninguno de los “editorialistas” de los medios concentrados se pronunció sobre lo que pasa “en los países serios” (como les gusta decir a ellos) y sobre este circo de globos de colores y escuchas telefónicas que ha montado el actual jefe de gobierno en connivencia con otro crápula de los medios de comunicación, Héctor Magnetto, una especie de Rupert Murdoch, pero berreta?
¿Qué está pasando en el periodismo argentino que los que hasta no hace mucho “adoraban” a Carl Bernstein, uno de los dos periodistas de The Washington Post que más contribuyeron a desenredar la madeja del Watergate (un caso, también, de escuchas que le costó la presidencia a Richard Nixon), hoy, ante el espionaje que realizó el jefe de la Ciudad Autónoma, miran para otro lado o, lo que es peor, lo “justifican” ridiculizando a quienes han sido víctimas de ese delito? Finalmente, ¿qué pasa que ignoran a la prensa internacional –siempre un ejemplo para esas noticias donde la Argentina sale perjudicada–, que publica los casos de escuchas en nuestro país y en Colombia (el famoso affaire “chuza- DAS” llamado así por las escuchas a personalidades políticas opositoras a Uribe que fueron realizadas por el Departamento Administrativo de Seguridad, DAS), como antecedentes de este escándalo que conmueve al Reino Unido? ¿Qué pasa que no se llenan la boca citando la página de la BBC, donde Mauricio Macri aparece implicado en una “asociación ilícita” y se lo acusa de formar “parte de una red ilegal de espionaje dirigida desde el gobierno de la capital”?
¿Dónde está Beatriz Sarlo y su cohorte de adulones, siempre atentos a lo que publica la agencia británica, tanto en su home londinense como en su versión Mundo, en español y para el mercado de América Latina? ¿Cómo ninguno de estos fiscales de la moral política se desgarró sus hipócritas vestiduras de honestidad y mandó a crucificar a Macri y a la banda de la locademia de espías? El grado de cinismo, complicidad, genuflexión a poderes concentrados y falta de profesionalidad que demuestran Nelson Castro y todos los “Nelson Castro” del periodismo argentino son apenas la punta del iceberg de una profesión que está profundamente corrompida por el dinero, el chantaje y la falta más absoluta de moral y de ética.
Murdoch ha declarado; la directora del News of the World, Rebekah Brooks, fue detenida; el primer ministro David Cameron tuvo que hacerse responsable de sus errores ante el Parlamento y otros diarios ingleses, como The Guardian, fueron los encargados de terminar con esta denigración, coacción y negocios a cualquier costo que representaba el tabloide inglés.
Eso en Inglaterra. Porque por estos lados, la prensa canalla sólo parece ver la paja en el ojo ajeno sin observar la viga en el propio.
Si Rupert Murdoch es un “miserable”, como sostiene Nelson Castro (y como yo creo que en verdad lo es), falta solamente que este periodista y muchos otros, a la luz de lo que pasa delante de sus propias narices con Mauricio Macri en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, se pregunte: “¿Y por casa cómo andamos?
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